Las suertes de Madero, Pino Suárez y Ángeles

Por Enrique Figueroa Anaya.

Muchos momentos trágicos llenan las páginas de los hechos acontecidos durante la Revolución Mexicana; para la ciudad de México, quizá, uno de los peores de su historia se viviría durante la decena trágica. Nunca en la historia la ciudad capital vivió días de tanta muerte. Las crónicas de entonces dan cuenta de mucha zozobra en una ciudad sitiada y manchada de sangre.

Los últimos días del gobierno maderista marcarían también los últimos días de la vida de Madero. Con él, unidos por la misma tragedia, caerían muchos más como el vicepresidente José María Pino Suárez; unida a ellos, en prisión, también la suerte del general Felipe Ángeles.

Después de diez días de presiones, conspiraciones y traiciones, Madero y Pino Suárez serían hechos prisioneros por el general Aureliano Blanquet. Huerta, quien le había prometido al presidente frente a su hermano (Gustavo) probar su lealtad en menos de 24 horas tras levantar sospechas de sus intenciones, comprobaría su traición.

A los hechos se le sumarían las aprehensiones de varios ministros así como la de Gustavo Adolfo Madero; los primeros puestos en libertad, caso contrario al del presidente y vicepresidente, a quienes además se les pidió su renuncia. Todo estaba planchado, pues la noche de ese mismo 18 de febrero en la Embajada de los Estados Unidos en México, se había pactado el desconocer al gobierno de Madero y colocar a Huerta como presidente. La obra del embajador Henry Lane Wilson, crítico del gobierno maderista, estaba sellada.

La mañana del 19 de febrero el general Juvencio Robles amenazó a los prisioneros con el hecho de que de no renunciar estarían expuestos a las consecuencias. Sería a el secretario de Relaciones Exteriores, Pedro Lascuráin, quien los convencería de firmar sus renuncias. Con muchas dudas de lo que vendría, y al filo del precipicio, los dos firmaron aunque con algunas garantías. Las condiciones, que garantizaban las vidas de los prisioneros, familias y amigos, serían negociadas con Huerta; el traidor.

Con las garantías negociadas «exitosamente» ante Huerta, Madero redactó el texto de sus renuncias, no sin muchas dudas de lo que sucedería; no faltaba razón. La madrugada anterior, Gustavo Adolfo, fue brutalmente asesinado y humillado en la Ciudadela. Con las firmas del presidente y vicepresidente, el haber dejado sus cargos los dejaban aún más vulnerables; no había mucho interés de dejarlos con vida.

Tres dias después, que incluyeron la toma de poder de Huerta, los prisioneros Madero, Pino Suárez y Ángeles veían con menos esperanza el desenlace de su encarcelamiento. Aún a pesar del esfuerzo de familiares y allegados, ninguno surtiría efecto en pedir algo distinto a lo que se temía sucedería. Madero lloraba a su hermano y con ello veía morir sus esperanzas; Pino Suárez quizá era el más optimista; y Ángeles simplemente esperaba, al igual que Madero, su final.

Fue a las 11 de la noche del 22 de febrero de 1913 que los prisioneros fueron llevados a la penitenciaría de Lecumberri con el argumento de que estarían más cómodos. Sin mayores miramientos, y habiendo rodeado una vez el edificio porfirista, Madero y Pino Suárez serían asesinados en un hecho que se buscó encubrir como un asalto de acuerdo a la versión oficial. Felipe Ángeles, militar distinguido y quien se mantuvo firme junto a Madero en sus últimos días, viviría aún unos años más en el exilio francés. La de él, sin duda, es otra historia que contar…

Bibliografía.-

Enrique Krauze, Madero vivo. A ochenta años de su sacrificio, México, Clío, 1993.
Paco Ignacio Taibo II, Temporada de zopilotes, México, Planeta, 2009.

Imágenes.-

Madero y Pino Suárez prisioneros en Palacio Nacional, óleo de F. Dené. Imagen tomada del libro: Enrique Krauze, Madero vivo. A ochenta años de su sacrificio, México, Clío, 1993, p. 96.
Entierro de Madero y Pino Suárez, óleo de F. Dené. Imagen tomada del libro: Enrique Krauze, Madero vivo. A ochenta años de su sacrificio, México, Clío, 1993, p. 105.