Es una de tantas fechas marcadas en el calendario año con año. Su lema, 2 de octubre no se olvida, sigue intacto y debiera de seguirlo estando; sin embargo, al pasar el tiempo resulta un tanto urgente ir a los orígenes, entender la época y circunstancias en las que se gestó, y sobre todo, entender a los participantes. 2 de octubre no se olvida, ¿pero se conoce, se reflexiona?
Era mayo de 1968 en la ciudad de París, Francia. Una serie de protestas iniciadas por grupos estudiantiles se levantaron en contra de lo que era la sociedad de consumo de su época; al alzamiento de los jóvenes se unieron otros grupos como obreros, sindicatos y políticos comunistas. El Mayo francés o Mayo del ’68 se enmarca en lo que era ya un importante movimiento hippie; en el mundo la guerra de Vietnam unía a miles en su contra. La efervescencia en Latinoamérica provenía del triunfo de la Revolución Cubana y los movimientos de izquierda.
Eran, pues, tiempos para los soñadores; para los jóvenes. Tiempos donde se encontraron espacios para protestar por todo lo que hacía daño a una sociedad que a los ojos de los jóvenes lucía aletargada. En las universidades, en los cafés, en las fiestas, en los pasillos, los jóvenes encontraron espacios donde discutir y difundir sus pensamientos. Se trataba de tiempos donde decir lo que se sentía era importante; se encontraba una libertad, y más allá de una libertad, una complicidad. Bastaba con salir y encontrarse con los otros que eran en realidad los unos. Hacer el amor era hacer la revolución, y viceversa.
En México no podía ser de otra manera. Alentados por la violencia de la que fueron víctima estudiantes del Instituto Politécnico Nacional y la preparatoria Isaac Ochoterena, incorporada a la UNAM, jóvenes de diversos orígenes y posiciones sociales diversos, se unieron en una sola voz dentro de un movimiento que estalló poco a poco desafiando a una autoridad que no escuchaba. Era otro México, eran otros tiempos.
La historia la conocemos todos. Después de una serie de marchas emotivas en las que se sentía la algarabía, pero a la vez el miedo y temor también, todo terminó en una cobarde matanza el 2 de octubre de 1968. Textos diversos, no menos fotografías y muchas crónicas de viva voz dan cuenta del hecho. Un gobierno que no escuchaba contestaba a un grupo de jóvenes que sólo querían eso: ser escuchados.
Hoy día el 2 de octubre del ’68 sigue con muchos pendientes; si bien se ha convertido en un grito de guerra, preocupa que cualquiera se suba a su barco pues se traiciona su origen. Los responsables de la matanza nunca contaron con castigo; las víctimas siguen pidiendo justicia en un país que les recuerda cada año sin siquiera cumplir su más elemental petición. Se olvida que parte del origen del movimiento era ese, cuestionar, poner en duda y siempre rechazar cualquier imposición. Hay políticos surgidos del movimiento y otros que se suman a su recuerdo por propios intereses; debiera ser natural rechazar eso y continuar con la esencia del movimiento.
Si bien hoy el país es otro a diferencia de ese de 1968, eso no quita que existan aún asuntos pendientes. Los medios de comunicación, la iglesia, los partidos políticos, la sociedad, y muchos elementos más, exigen cambios radicales que deben responder al cuestionamiento que se debiera realizar día a día como homenaje a los caídos ese 2 de octubre. México, y en realidad el mundo, debe seguirse sometiendo a esas ganas de cambiar y de progresar; muchos de los males que originaron las protestas en el mundo en 1968 siguen intactos, y peor aún, fortalecidos.
2 de octubre no se olvida, pero no solo debiera no olvidarse, sino también entenderse y reflexionarse.
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