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La catedral de hierro y cristal

Por Paty Caratozzolo.

Los trenes me fascinan, la idea de sentarme y mirar por la ventana cómo pasa una y otra vez el mismo paisaje mientras yo soy siempre distinta, y a la vez que el paisaje perdure mientras yo cambio, cerrar y abrir los ojos con la sensación de no haberme movido y sin embargo aparecer en otro lugar, es mágico. No menos mágicas que el propio tren me han parecido siempre las estaciones con sus paredes de ladrillo rojo a la vista y los andenes con sus fríos asientos de hierro forjado.

En las grandes capitales las estaciones terminales se construyeron enormes, como si fueran catedrales, edificios majestuosos que ya no tenían la intención de llegar al cielo como las iglesias, sino unir a los pueblos, mostrar la grandeza del hombre aquí en la Tierra. La estación de Orsay en París fue construida en 1900 para la Exposición Universal. Al verla terminada el pintor Édouard Detaille comentó con ironía: “Esa estación grandiosa parece un palacio de las Bellas Artes, mientras que el Palacio de Bellas Artes parece una estación; propongo al arquitecto Victor Laloux que intercambie la función de ambos edificios”. En 1986 la original sugerencia se convirtió en realidad y la antigua estación se convirtió en el Museé de Orsay. En ese extraño museo que nació como estación de tren, hoy podemos visitar una obra emblemática de Claude Monet, «La estación de Saint Lazare», de 1877. El cuadro muestra una perspectiva simétrica del colosal techo de la nave que es una enorme construcción de hierro y cristal. Al fondo se ve la ciudad dormida al sol, pero en el interior del vestíbulo la atmósfera es vibrante, el humo, el vapor, los trenes los viajeros… la sensación es tan real que hasta parecen escucharse los sonidos.

Claude_Monet_-_The_Gare_Saint-Lazare,_Arrival_of_a_Train

Monet pintó una serie de doce cuadros con el tema de la estación desde distintas perspectivas. La repetición de un mismo motivo iba a convertirse en todo un estilo de la época, y un distintivo del arte impresionista no sólo en la pintura sino también en la música. Dicen que sólo un artista francés podría plasmar en la misma obra el drama, el ingenio, la pasión, la dulzura y las angustias del hombre; y es muy probable que así sea porque en la misma ciudad y mientras Monet pintaba la serie en Saint Lazare, Camille Saint-Saëns componía su concierto para piano N° 2 en sol menor. El concierto empieza al estilo de una fantasía para órgano de Bach para ser interpretada en una catedral en alabanza al Señor; el piano melancólico avanza solo por unos minutos pero enseguida la música se convierte en lo que es, un verdadero concierto de alabanza al hombre en la Tierra. El tercer movimiento ya no nos deja lugar a dudas, la orquesta sigue al piano a toda velocidad como si fueran montones de vagones siguiendo furiosamente a una locomotora desbocada llegando a la estación y por fin la catedral de piedra se convierte en cúpula de hierro y cristal.

IMG_5743Paty Caratozzolo. Quisiera cantar «Feeling good» como la Simone o de perdida «Let’s do it» como la Fitzgerald. Algunas veces se lamenta quedito como la Dido de Purcell y otras llora a moco tendido como la Alcina de Haendel. El resto del tiempo anda con la mirada hundida en los paisajes brumosos de Turner y los dedos imaginando la tersura de cualquier escultura de Bernini. Prefiere el plano holandés al café americano, y la compañía de un barítono italiano al mejor widget de su celular japonés. Y definitivamente, si naufragara cerca de una isla desierta y pudiera llevarse un solo libro… ¡preferiría hundirse full fathom five!

 

 

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