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Lo ridículo y su aparición en una historia de fantasmas

Columnistainvitado

Por Sandyluz.

El cuento que les refiero en esta ocasión pertenece a Mark Twain y principia así: “(…) El lugar había sido ganado hacia tiempo por el polvo y las telarañas, por la soledad y el silencio. La primera noche que subí a mis aposentos me pareció estar a tientas entre tumbas e invadiendo la privacidad de los muertos” (Twain, 2018: p. 163). “Una historia de fantasmas” es el último cuento que aparece en una recién publicada antología titulada «Fantasmagoría», y que cierra de manera singular una serie de historias escabrosas de autores varios. Para quienes no ubiquen a Mark Twain él es “el padre de la literatura norteamericana”, según dijera William Faulkner. Por otro lado, es el autor de famosas obras como «Las aventuras de Tow Sawyer» y «Las aventuras de Huckeberry Finn», ambas novelas entrañables y de corte costumbrista; también es el autor de «El príncipe y el mendigo»; y no nos cabe duda de que también es una pluma muy osada y hasta pícara, tal y como se demuestra en “Una historia de fantasmas”.

Desde el título del cuento (“Una historia de fantasmas”) ya se derroca de su pedestal al personaje arquetípico “fantasma”, cuando se menciona, por medio del artículo indeterminado “una”, que ésta es una de las tantas historias que podrían contarse al respecto, cosa que contiene fina ironía y ya anticipa que el tratamiento del trillado objeto de terror será bastante diferente. El cuento comienza con la presentación de ambientes y atmósferas, y, para no variar, se tiene el típico narrador protagonista que dará cuenta de su testimonio, cuando le tocó lidiar con un fantasma. Como se aprecia en la cita del párrafo anterior, el cuento principia sin ninguna novedad (y a pesar de ello, a destacar el pulcro y poético estilo de Twain, a la hora de crear figuras literarias). En este contexto, el narrador protagonista renta un piso de un viejo edificio de varias plantas, el cual está plagado de presencias fantasmagóricas que lo acosan, sobretodo cierta noche. Algo simbólicamente interesante es que, por formulismo, los fantasmas suelen ser hallados en los sótanos, o sea en la “recámara del ello-instintivo”, ahí donde se guardan las filias y fobias inconscientes del sujeto; en el caso de esta historia, los varios fantasmas, y luego, “el” fantasma, se encuentran más bien en un plano superior, en el piso más alto, simbolizando la necesidad de entendimiento y comprensión que deberá experimentar el protagonista victimado para poder empatizar, e incluso congeniar, con el evento sobrenatural que atestigua en el interior de su morada.

En la parte medular del cuento, cuando todo marcha a la usanza tradicional, el ser humano aterrorizado ante la presencia fantasmal mayúscula de esa torre, sucede lo inesperado (aspecto que alivia la tensión narrativa y que inaugura la farsa en este cuento tipificado de terror): la víctima humana reconoce al que intenta asustarlo, e incluso se sabe su nombre. Se trata del gigante de Cardiff, quien goza de buena reputación, y hasta tiene una escultura para ser recordado; y entonces habla por sí mismo, lo cual lo baja de su plano sobrenatural para entregarlo mucho más accesible, vulnerable y humano: “Soy el espíritu del Hombre Petrificado que yace sobre la calle que va al museo. Soy el fantasma del Gigante de Cardiff” (Twain, 2018: p. 168). Ahora, aquí otra cosa por demás curiosa e interesante: la intertextualidad y el permitir que la historia cobre vida con referentes reales. Lo que quiero decir es que el gigante de Cardiff tiene historia verídica y en su apogeo se tornó interesantísimo asunto de leyenda, esparciendo con ello el ingrediente “terror” dentro y fuera del cuento: en 1869 el estanquero George Hull mandó tallar con yeso una figura humana masculina y desnuda que medía 3.10 metros; luego la hizo enterrar para que posteriormente fuera intencionalmente descubierta por un hacedor de pozos, quien, sorprendido por su hallazgo, corrió por toda la región el rumor de que “había gigantes regados en la Tierra en aquellos días”, tal y cómo reza la Biblia. Todo esto le da cierta peculiaridad a esta historia de fantasmas, pues conduce al lector a la investigación documental, cuando es de extrañar que el protagonista tenga tanta familiaridad con la presencia fantasmagórica; por otro lado, es bastante bizarro el dar cabida a que la leyenda del gigante continúe viva y que se permita especular sobre su posible fantasma en la vida real, es decir, más allá de las fronteras del cuento.

Por otro lado, ya hablando del toque de farsa con que deviene el cuento, resulta muy ridículo y divertido que tal fantasma (en caso de que la leyenda sea cierta) esté agobiado, como estaría cualquier alma en pena, porque no tiene certeza de qué paradero tienen sus restos corpóreos. El asunto cliché de las cadenas, la presencia de otros colegas fantasmas que se suman a su causa de espantar, los vientos helados, y las manos gelatinosas molestando al nuevo morador del lugar quedan perfectamente depuestos cuando el narrador protagonista reconoce al gigante y le pierde el miedo y el respeto que merece cualquier fantasma aterrador; también, cuando le aclara que está equivocado en cuanto a su destino último, pues le informa, con conocimiento de causa y poniéndose encima de la situación que antes lo abrumara, que extravió la brújula en cuanto a dónde espantar, pues sus supuestos restos no se encuentran cerca del museo, como él supone, sino lejos, ¡en Albany, Nueva York!; esto termina por ridiculizar al disminuido fantasma. El fantasma del gigante de Cardiff termina rindiéndose ante la evidencia y “renunciando” a su puesto, cosa que para el lector será desconcertante, chusco y tal vez divertido.

Creo que el valor especial de este cuento radica justamente en el atrevimiento que tuvo Twain para tomar un ícono tan fuerte, como lo es el arquetipo fantasma, para sacarlo de su nicho y de su zona de confort, al situarlo en desventaja dentro de un contexto real donde hay escepticismo, ciencia y pruebas fehacientes de su irrealidad (como sucede también con “El fantasma de los Canterville”, famosa obra de Oscar Wilde); donde su reputación y razón de ser quedan en entredicho, cuando se le propone como un objeto de leyenda que requiere comprobación y evidencias reales para existir con legitimidad y respeto (recordar que los personajes de cuento sí pueden ser ficticios).

En lo personal, encuentro este cuento de Twain osado y de fino valor literario, pues el autor se permite vestirlo con elegante y ceñido vestido del género terror, para luego darle la acertada vuelta de tuerca, conduciéndolo hacia la farsa y el tono humorístico, con que se perfila el clímax y desenlace. Así es que quien se crea que no se puede asustar causando risa, he aquí la prueba de que cuando no pierde el hilo conductor narrativo, a través de la coherente actuación de los personajes propuestos, y a través de la lógica conducción de evento desde el planteamiento y conflicto inaugural, sí se puede tener un resultado sólido y bien llevado a cabo. Estoy segura de que no muchos le conocen esta obra a Twain, y por eso, porque soy asidua del género suspenso y terror, me permito recomendar un cuento que me causó intriga, curiosidad, y desde luego desconcierto. El sabor de boca es satisfactorio porque todo lo planteado está bien resuelto, a través de la ironía y del giro inesperado. Sin más, creo que éste no es simplemente “Una historia de fantasmas”, pues tiene hechura, chispa y valor propio, siendo que se zambulle limpiamente dentro de los lindes insospechados del género terror. Por último, me pregunto: si el mismísimo Twain dijo que “el hombre fue hecho al final de la semana, cuando Dios estaba ya cansado”, ¿en qué momento fueron concebidos tan magistralmente los fantasmas? Quizás a preguntárselo a Mark Twain, quien brindaría curiosa e irónica respuesta.

Fuente: Bécquer, Chejov, Chesterton, Et. Al. «Fantasmagoria». México: Orbilibro Ediciones, 2018.

IMG_5743Sandyluz. “Detrás de la pluma…” Egresada del Tecnológico de Monterrey Campus Toluca, de la carrera de Ciencias de la Comunicación. Completó estudios de Creación Literaria en la Escuela de Escritores del Estado de México (SOGEM). También terminó una maestría en Estudios Humanísticos con especialidad en Literatura, en el Tecnológico de Monterrey. En un plano más relajado, es aficionada a los libros y a la escritura desde corta edad; ha escrito de manera informal cuentos y poesías; con uno de sus primeros cuentos ganó un concurso local del cual obtuvo su primer retribución económica y profesional, siendo ello un significativo incentivo para seguir escribiendo. La Literatura ha sido una válvula de escape para no enfermar de realidad. La fantasía reanima el fulgor de los sueños que soñamos dormidos y que soñamos despiertos…

 

 

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