No se vive, se sobrevive, pt. 7.
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No se vive, se sobrevive, pt. 7

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    Por Claudia Alonso Rosas.

    La señora Gregoria Ortiz Garnica tiene 42 años, su cabello es color rojo, y lo tiene peinado con una cola de caballo, no sin dejar que caiga un pequeño fleco en su frente. Porta una playera blanca que en la parte de adelante tiene la imagen de Gustavo Alberto de la Cruz Ortiz, su hijo, que en ese entonces tenía 12 años.

    No se vive, se sobrevive, pt. 7.

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    Gustavo desapareció el 21 de marzo del 2007 cuando salió de la escuela Secundaria General No. 1 de Pachuca, Hidalgo.

    Una hora después de la salida de la escuela, sus padres fueron a ésta, pero ya estaba cerrada. Posteriormente fueron a la casa de un compañero a preguntar por su vástago. El niño dijo que había dejado a su amigo en la parada de la combi.

    Después regresaron a la casa para ver si había llegado. No lo encontraron, así que buscaron en hospitales, MP y nada. Al día siguiente fueron a su colegio, preguntaron si había llegado, pero no.

    Cuando quisieron levantar el acta no se los permitieron, ya que debían de pasar 72 horas. El sábado se levantó la averiguación previa, fueron con ellos los ministeriales para ver por dónde había caminado y no se encontró nada.

    “Días después nos llegó un anónimo donde nos pedían 50 mil pesos. Se habían llevado a mi hijo porque lo querían para tráfico de órganos, pero que no les servía porque tenía sinusitis crónica y, efectivamente, así era. Estos sujetos querían recuperar su dinero. Se llevó, pero nadie fue a recogerlo”.

    Hace poco entró una llamada y un mensaje diciendo que si querían saber de Gustavo tenían que contactarlos. Sus papás lo hicieron. La gente que les habló comentó que debían de meterles crédito si querían saber dónde estaba el niño.

    Los individuos les aseguraron que estaba en el hospital llamado Sagrado Corazón de Jesús, en el pueblo Valladolid, en Mérida, Yucatán.

    Gregoria recurrió a las autoridades para que confirmaran si esa información era cierta, pero no les importó. Ella investigó, pero resultó que había sido una extorsión porque el hospital no existía.

    Cuando se le pregunta: ¿cómo es posible vivir con tanto dolor? Sin dudarlo un solo segundo y con los ojos llorosos dice:

    Aquí no se vive, se sobrevive”.

    La gente se ha deshumanizado, pues no les interesa. Se acercan por el morbo de ver qué hacemos aquí. Miran las fotos y se van. No te dicen en qué te puedo ayudar”.

    “Luego tenemos montones de medios pero no aparecen las notas, le dan más importancia cuando se pierde un carro que a una persona. Para la gente tiene más valor un automóvil que un ser humano”, dice consternada la mamá de Gustavo.

    Los niños de 11 años para adelante son reclutados por el narcotráfico para convertirlos en halcones o sicarios. Las niñas son usadas para pornografía infantil.

    Según la Coalición contra el Tráfico de Mujeres y Niñas en América Latina y el Caribe (CATWLAC), el término pornografía se entiende como:

    “Toda representación, por cualquier medio, de una niña o un niño en actividades sexuales explícitas, reales, simuladas o creadas, mediante procesos de cualquier índole con fines primordialmente sexuales”.

    Además afirma que México es el quinto productor de pornografía infantil.

    Por último, Angélica Arabedo comenta que los carteles se llevan a hombres de 50 años que se vean fuertes para ponerlos a trabajar. Los ancianos también son explotados laboralmente.

    C O N T I N Ú A . . .

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