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La vuelta al mundo en 80 días

Columnistainvitado
Por Paty Caratozzolo
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«A mi tocayo le debo el título de este libro y a Lester Young la libertad de alterarlo sin ofender la saga planetaria de Phileas Fogg. Sucede además que por el jazz salgo siempre a lo abierto, me libro del cangrejo de lo idéntico para ganar esponja y simultaneidad porosa… anagramas y palíndromas que en algún momento me trajeron inexplicablemente el recuerdo de mi tocayo y de golpe fueron Passepartout y la bella Aouda…», «La vuelta al día en ochenta mundos» (1967), de Julio Cortázar.

Julio Verne es el mayor autor francés de todos los tiempos y su influencia en el surrealismo fue increíble pero eso no es suficiente para explicar el formidable resurgimiento de su obra en los años 60’s: de repente Mike Todd produce la famosa película con Cantinflas, París se llena de intelectuales latinoamericanos que traducen las obras de Verne a ritmos vertiginosos, el exterior se hace pequeño con la carrera espacial, el interior se hace pequeño con la música psicodélica y el arte pop… tal como sucede en cualquiera de sus grandes obras.

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Portada de la primera edición, con sus niños que se convierten en cronopios.

Resulta que Cortázar es latinoamericano, escritor, traductor, trompetista, cronopio irredento y transforma la obra de Verne (vía anagrama-palíndroma) y la vuelve un viaje interior y va mezclando temas de la manera más irreverente; en una página habla de un velorio y en la siguiente de su gato Teodoro; un poco más allá de la guerra de Vietnam y luego, sin solución de continuidad, nos abofetea de risa con la traducción al alemán del «Llora, llora urutaú» de Carlos Guido Spano.

Louis Armstrong en vivo en el ‘52.

Con «La vuelta al día…» se podrían hacer veinte libros distintos y todos estarían bien. Por ejemplo el» Libro de jazz:
Capítulo Louis», enormísimo cronopio nos cuenta la experiencia de asistir al concierto de Louis Armstrong en París en noviembre del ‘52 y lo hace como si fuera una crónica y es un pastiche melancólico con dos partes escritas con 15 años de diferencia.

Thelonious Monk en vivo en el ‘66.

Capítulo «La vuelta al piano de Thelonious Monk» nos cuenta sobre el concierto en Ginebra en marzo del ’66 y de cómo el Monje Loco apareció con sus sombreros y turbantes y birretes y atacaba el piano con la mano plana y los dedos rígidos creando un ambiente zombi de armonías disonantes.

Capítulo «Take it or leave it» donde habla de cómo la literatura debería parecerse al jazz y de cómo la vida podría parecerse a la literatura: más improvisación, más ritmo, más riesgo, más compromiso, más imperfecciones, en fin más takes. Y entonces entendemos por qué el tributo a Verne y por qué podemos dar tranquilamente «La vuelta al día en ochenta mundos»: en vez de pasarnos la vida de ensayo en ensayo, buscando fútilmente la perfección en un presente que no es más que una ilusión del futuro, podríamos vivir en takes donde cada momento incluya su propia crítica y seamos capaces de interrumpir (caer en nuestro hoyo) para recomenzar en otro mundo, en el mismo día.

IMG_5743Paty Caratozzolo. Quisiera cantar «Feeling good» como la Simone o de perdida «Let’s do it» como la Fitzgerald. Algunas veces se lamenta quedito como la Dido de Purcell y otras llora a moco tendido como la Alcina de Haendel. El resto del tiempo anda con la mirada hundida en los paisajes brumosos de Turner y los dedos imaginando la tersura de cualquier escultura de Bernini. Prefiere el plano holandés al café americano, y la compañía de un barítono italiano al mejor widget de su celular japonés. Y definitivamente, si naufragara cerca de una isla desierta y pudiera llevarse un solo libro… ¡preferiría hundirse full fathom five!

 

 

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