Por Ady’e Rueda.
Hay algo en el arte que no tiene otra actividad humana, un misterioso cúmulo de acertijos que nos contiene y escupe como alguna vez Peter Murphy dijo que el amor hacia con él. Es extraño y fascinante, lleva consigo una carga filosófica y emotiva que concierne a toda la humanidad. Quizá esta sea una de las razones por las que la historia del escritor, astrónomo y astrofísico Alastair Reynolds es tan atractiva y conmovedora. «Zima Blue» es un cuento corto, publicado en 2006, que relata la crisis existencial de un artista del futuro remoto que, en otra galaxia e iluminado por otro sol, llegado cierto momento en su evolución se hizo consciente de su existencia y pretendía, con su arte y sus viajes a los rincones más inhóspitos del cosmos, encontrar esa última gran verdad que explica al todo y a sí mismo.
Esta preciosa y cautivadora narración supera por mucho a los grandes maestros de la ciencia ficción en quienes se basa (no hay duda de la influencia de Asimov que el propio autor reconoce), pero que dejaría boquiabiertos con su elocuencia y originalidad. La historia del talentoso Zima Blue es tan impactante como triste por su mensaje sobre la indiferencia con la que el universo nos observa nacer y morir.
Netflix rescata al maravilloso Zima y lo vuelve parte de su serie «Love Death and Robots», colocándolo como el episodio número catorce. Un corto poderoso y desgarrador que no requiere violencia ni sexo para atrapar y trastocar al público: sólo necesitó un discurso fuerte y eficaz de letras angustiantes capaces de arrancar lágrimas. Animado en un colorido y brillante estilo art decó, Robert Valley, Philip Gelatt y Patricio Betteo supieron sintetizar en nueve minutos al tesoro de Reynolds aquel que sorprende al público por su intrépida vuelta de tuerca en el argumento y el desasosiego provocado por la inmensidad del universo y la duda sobre nuestro origen y misión de vida.
¿Qué somos? ¿En qué nos convertimos? Son las cuestiones centrales de Azul Zima y utiliza el quehacer artístico para desarrollar sus reflexiones. Quién mejor que un artista para ejemplificar las jornadas de búsqueda de la verdad, que yace en todos los rincones de lo real y lo imaginario, de ese gran propósito que nos es artificialmente dado.
A Zima le fue concedida una misión simple que cumplir, pero con el paso de cientos de años se fue desvirtuando hasta perderse. Sometido a transformaciones quirúrgicas, su cuerpo fue capaz de resistir las múltiples condiciones climáticas de distintas galaxias pensando que en ellas encontraría inspiración y respuestas absolutas.
A lo largo de esos recorridos, sus pinturas pasaron de lo convencional a lo abstracto revelando el avance de su crisis y observaciones (justo como sucedió en la historia verídica del arte en la que, a medida que se complejizaba las relaciones sociales y económicas, los pintores iban dejado la mímesis como objetivo para centrarse más en sus diálogos internos, emociones y experiencias). El proceso que Zima padece lo hace entender que no hay nada que pueda decir sobre el cosmos que por sí mismo no haya dicho ya, y lo lleva a reencontrarse con sus orígenes y hacerse cada vez más consciente de su gran verdad. Había buscado tanto, vivido tanto y presenciado tantas cosas, que finalmente encontró la respuesta en donde comenzó, en donde su existencia tomó forma.
El color que lo hizo famoso e inmortal por plasmarlo en todos sus cuadros hasta saturar murales enteros lo era todo: el azul era la respuesta, su principio y fin. Azul era lo que conocía y aquello que conocemos es nuestro mundo. Finalmente, la gran mente creativa se sumerge en ese azul, se rinde ante él y fluye con él en un eterno retorno al principio, a lo primitivo; a lo que obtenemos directamente de nuestra percepción sensorial. Y así, como los androides de «Blade Runner», todo aquello que Zima había contemplado se perdió como lágrimas en la lluvia.
El desenlace es un enigma que muchos otros cuentistas han tratado en sus textos como Ruy Feben en «Vórtices Viles» cuando uno de sus personajes enloquece ante la tonalidad amarilla que descubrió cubría las paredes de la habitación donde su madre lo había traído al mundo. La conexión con lo primitivo y el origen desencadena una serie de decisiones drásticas y reveladoras.
La habilidad de tomar libremente decisiones es fundamental en la historia de Alastair Reynolds y se desarrolla mucho más en el texto que en la animación, pero ambos incentivan la suposición de que tal vez Dios no sea más que un niño curioso creando seres capaces de hacer elecciones. “Sin falibilidad no hay arte y sin arte no hay verdad” afirma Zima en el libro. “Dejaré apenas lo necesario para apreciar mi alrededor. La búsqueda de mi verdad ha terminado”, sentencia en el corto en donde su dilema existencial termina disfrutando del simple placer de hacer algo trivial; en el deleite de un trabajo bien hecho.
Ady’e Rueda / Marañas negras. Comunicóloga, cuentista y danzarina. Creyente de la UNAM a quien le debo todo. Amante del metal, el terror y los años ochenta. Luciferina estudiosa del arte, el erotismo y la posmodernidad. Fanática de los perros, el mar y lo goth. Excéntrica, cinéfila, melómana y bibliófila. También creo que debe haber islas, allá, al sur de las cosas.
Leave a comment
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.