Su nombre sigue retumbando desde la tierra que le vio nacer, hasta el más lejano sitio en donde nombres como el del ‘Che’ Guevara se le unen, entre otros. Si bien su muerte fue anunciada en todos los diarios de la capital la mañana del 11 de abril de 1919, lo que sus asesinos nunca pensaron fue en el poder del mito al que habían contribuido.
Los primeros informes de Cuautla señalaron que el Atila del Sur había caído tras un plan atribuido al general Pablo González, nacido en Lampazos de Naranjo, Nuevo León. Sin embargo, la caída de Zapata no sería una realidad de no haberse enmarcado en una serie de circunstancias difíciles que vivió el movimiento zapatista en aquellos años. Con el gobierno de Venustiano Carranza como enemigo, cayeron varias ciudades zapatistas, entre ellas Tlaltizapán, que fue sede del Cuartel General del Sur. Así, disminuidos, los zapatistas huyeron a las montañas obligando a que varios jefes abdicaran por la difícil situación en la que se encontraban.
Días antes, en una carta fechada el 17 de marzo de 1919, Zapata arremetió contra el gobierno de Carranza al que calificó de «dictadura revolucionaria», y en la que alzó la voz sobre varias «verdades amargas» que vivía el país. Las principales quejas del Caudillo del Sur enlistaban la situación económica, la falta de sufragio libre, el desamparo de la clase obrera a manos de la corrupción de los sindicados, y la nula respuesta en materia agraria. Para Zapata la solución empezaba porque Carranza dejara el gobierno; situación que no sucedió.
Al parecer, y de acuerdo al también zapatista Antonio Díaz Soto y Gama, la carta hizo enojar a Carranza; y lo llevó a ordenar al general Pablo González acabar con Zapata y el zapatismo. La oportunidad de González vino del propio Zapata.
Foto: El general Emiliano Zapata en el Hotel Moctezuma, Cuernavaca, Morelos, 1911.
Sinafo-Fototeca Nacional INAH.
Tras una serie de noticias que involucraban supuestamente al general González y a un coronel de nombre Jesús Guajardo en una serie de conflictos, Emiliano Zapata invitó al coronel en una carta para que se sumara a las filas del zapatismo. La carta llegaría a manos de González, quien aprovechó la oportunidad para engañar al revolucionario y cumplir con su encomienda. Guajardo tendría que acercarse a Zapata para ganarse su confianza, y así, cumplir con la orden de Carranza.
Tras una serie de elogios entre Zapata y Guajardo, entre los que destacaba el reconocimiento de sinceridad de Emiliano hacia el coronel, el hoy inmortal morelense pidió una prueba de fidelidad. Ésta sería la toma de Jonacatepec, en posesión en aquel momento de las tropas carrancistas; además, se tendría que acabar con las fuerzas del general Victoriano Bárcenas que se habían adherido al gobierno. Guajardo, con ayuda de las tropas en Jonacatepec, fingió tomar la plaza el 9 de abril y ejecutó sin escrúpulos a la gente de Bárcenas. Así, se ganó la confianza de los zapatistas.
Con la prueba de fidelidad lograda, Guajardo fue recibido en la estación ferroviaria de Pastor, donde Zapata le felicitó y le obsequió un caballo, que cuenta la leyenda, era hermoso y se conocía como el As de oros. Tras ser invitado a comer para celebrar el triunfo, el coronel se excusó con un dolor de estómago y acordó encontrarse con Zapata al día siguiente en la Hacienda de Chinameca; ahí se llevaría a cabo un intercambio de armas.
Serían aproximadamente las 8 de la mañana del 10 de abril de 1919, cuando rodeado de su gente, Emiliano Zapata acudía a la cita. Tras una alerta por la cercanía del enemigo, Zapata y sus hombres planeaban huir a lo que ellos llamaban la «piedra encimada». La alarma, al final fue falsa, y Zapata y sus hombres se dirigieron al punto de encuentro. Mientras se negociaba la entrega de armas, Guajardo invitó a almorzar a Emiliano, invitación a la que resistió, hasta que cerca de las 2 de la tarde, con diez hombres que le acompañaron, Zapata aceptó.
De acuerdo a uno de los más estremecedores testimonios en la historia de México, cortesía del secretario zapatista Salvador Reyes Avilés, se da cuenta del que sería un día que quedaría grabado para siempre.
La guardia parecía preparada a hacerle los honores. El clarín tocó tres veces llamada de honor y al apagarse la última nota, al llegar el general en jefe al dintel de la puerta, de la manera más alevosa, más cobarde, más villana, a quemarropa, sin dar tiempo para empuñar ni las pistolas, los soldados que presentaban armas descargaron dos veces sus fusiles, y nuestro general Zapata cayó para no levantarse más (…)
La noticia se dio a conocer inmediatamente. Como se dudaba de la veracidad de ésta, ya que aún el cuerpo de Zapata no llegaba a Cuautla, se rumoraba que en realidad Zapata había terminado con el coronel y que ahora se dirigían hacia la ciudad para cobrar venganza. Todo se había preparado para ello, pero en su lugar, llegaba Guajardo con el cuerpo de Zapata, cerca de las nueve y media de la noche. No había duda, Zapata había muerto.
Pablo González dio a conocer de inmediato a Carranza lo sucedido. La felicitación no tardó en llegar, y las bandas militares recorrieron Cuautla con dianas de victoria; Jesús Guajardo, el traidor, fue ascendido a general.
En los sectores más conservadores la muerte de Emiliano fue bien recibida. No se hacía mucho hincapié en el método; como anunciaba la nota de ocho columnas del Excélsior el 10 de abril de 1919: “Murió Emiliano Zapata: el zapatismo ha muerto”.
Foto: Cadáver del general Emiliano Zapata, Cuautla, Morelos, 11 de abril de 1919.
Sinafo-Fototeca Nacional INAH.
Sin embargo, a pesar de que para algunos la muerte de Zapata era en realidad un alivio, no dejaron de haber voces que evidenciaron los métodos de González para acabar con el revolucionario. El periódico Omega fue uno de los medios donde se hizo ruido sobre «el honor del Ejército y del gobierno del señor Carranza».
Sin embargo, y a pesar de los esfuerzos del gobierno para exhibir el cuerpo de Emiliano Zapato para así acallar toda duda sobre su muerte, hubo quienes nunca creyeron que el invencible Zapata realmente hubiera muerto. Corrieron rumores de que el cuerpo exhibido era el de otra persona, y que en realidad éste se había escapado del país. Zapata no había caído, seguía vivo. Y hoy, a pesar de que nos queda claro que sí murió el 10 de abril de 1919, aún nos quedan las dudas de que su lucha y su mito hayan terminado con unas cuantas balas. Quizá, en realidad, Zapata nunca murió.
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