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¿Vanitas vanitatum?

Columnistainvitado
Por Paty Caratozzolo.

Las naturalezas muertas, también llamadas bodegones, adornaban las tumbas egipcias y también las paredes de las casas de la antigua Roma. Lamentablemente el arte de los bodegones desapareció con la caída del Imperio Romano y el surgimiento del cristianismo porque la Biblia prohibía representar ídolos (para muestra de lo peligroso de la idolatría, no olvidar el problemita entre Moisés y Aarón). Tampoco hubo lugar en la Edad Media para la representación de los objetos de la naturaleza (para muestra de lo peligroso del Paraíso, no olvidar el otro problemita entre Adán y Eva).

Hubo que esperar hasta bien entrado el siglo XVI para que por fin aparecieran naturalezas muertas en la pintura, coincidiendo con el debilitamiento del poder de la iglesia y el empoderamiento de aquellos que hacían grandes fortunas con el comercio y querían presumir sus riquezas encargando cuadros y exponiéndolos en las paredes de sus palacios. La rica Flandes fue el lugar ideal para este surgimiento: el pintor flamenco Joachim Beuckelaer (1533-1574) terminó poco antes de morir la serie de los “Cuatro elementos”. Aire, fuego, tierra y agua muestran escenas en un mercadillo de pueblo. Miremos por ejemplo “Agua”: la escena es revolucionaria, los personajes mirando de frente como si el espectador los hubiera sorprendido en plena faena, los rostros curtidos, los ropajes sencillos, el olor de los pescados que parece llegar como un golpe y la perspectiva audaz de la calle inclinada hacia la izquierda.

Beuckelaer podría haber seguido la consigna establecida del vanitas y agregar en el bodegón los típicos símbolos de la fragilidad de la vida: cráneos, plumas, relojes, cenizas, instrumentos musicales… pero sus bodegones rebosan vida y plenitud. Consciente de que eso lo podría llevar a la hoguera, incluyó astutamente detalles bíblicos tan sutiles e inteligentes que más parecen sarcasmo que religiosidad. Volvamos a “Agua”: las doce variedades de peces representan a los doce discípulos de Cristo, y el mismísimo Cristo se asoma por el pequeño arco en la parte superior del cuadro, caminando en el agua para llenar las redes de los pescadores luego de su resurrección.

Obra: «Mi joven vida tiene un final», de Jan Sweelinck.

El también flamenco Jan Pieterszoon Sweelinck (1562-1621) compuso numerosas obras relacionadas con el concepto de vanitas, entre ellas «Mi joven vida tiene un final» basada en texto anónimo y también «Bouche de Coral precieux» con la letra del poema “A la Bouche de Diane” del poeta francés Clément Marot que podemos considerar todo un bodegón musical:

«Boca de coral precioso, que cuando la beso se deshace.
¿Debe mi corazón fundirse por usted como la cera en el fuego?
¿O debe oxidarse en ese fuego mi corazón? Oh boca que tanto deseo…»

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Imagen: «Naturaleza muerta con corales», de Jacques Linard.

La canción pudo haber servido de inspiración para el pintor francés Jacques Linard (1597-1645) y sus bodegones llenos de corales y tulipanes… o quizás fue Linard el que influyó en Sweelinck porque, como dice el Eclesiastés, vanitas vanitatum et omnia vanitas: vanidad de vanidades, todo es vanidad.

Foto de portada: «Agua», de Joachim Beuckelaer.

IMG_5743Paty Caratozzolo. Quisiera cantar «Feeling good» como la Simone o de perdida «Let’s do it» como la Fitzgerald. Algunas veces se lamenta quedito como la Dido de Purcell y otras llora a moco tendido como la Alcina de Haendel. El resto del tiempo anda con la mirada hundida en los paisajes brumosos de Turner y los dedos imaginando la tersura de cualquier escultura de Bernini. Prefiere el plano holandés al café americano, y la compañía de un barítono italiano al mejor widget de su celular japonés. Y definitivamente, si naufragara cerca de una isla desierta y pudiera llevarse un solo libro… ¡preferiría hundirse full fathom five!

 

 

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