
Por Paty Caratozzolo.
«…el arte nada tiene que ver con el plano de la cabeza y el plano de la razón… creo que es urgente desprenderse de esas nociones sobre las manifestaciones sanas y las manifestaciones mórbidas, y dedicarles a unas y otras el mismo respeto.» «Escritos sobre el Arte» (1967), Jean Dubuffet.
La esquizofrenia es una estructura psíquica crónica y como tal no tiene cura. Sin embargo la terapia artística para personas diagnosticadas con esquizofrenia es una técnica utilizada en los institutos psiquiátricos para tratar de paliar los síntomas e incorporar al enfermo de alguna manera a la sociedad.
Uno de los mayores promotores del concepto de arte creado por personas con enfermedades mentales fue Jean Dubuffet quien en 1948 fundó la Compañía de Arte Bruto con André Breton. Antes que él el psiquiatra Hans Prinzhorn había formado una galería con los trabajos de los internos esquizofrénicos del hospital que dirigía. Actualmente la galería cuenta con obras de cientos de artistas con problemas mentales, entre ellos Adolf Wölfli quien vivió toda su vida internado en un psiquiátrico. Sus obras muestran su profundo horror vacui, miedo al vacío, en especial sus «escrituras musicales» que carecen de todo sentido o traducción.

«Escritura musical», de Adolf Wölfli.
El Marqués de Sade vivió los últimos 27 años de su vida internado en un hospital psiquiátrico en la afueras de París. Aprovechó su internamiento para montar obras de teatro donde actuaban los propios internos. La gente de la ciudad podía asistir libremente y, aunque no se han conservado los originales de las obras, se sabe de las indescifrables puestas en escena por los comentarios de prensa de la época. Existe una ópera inspirada en estas experiencias, «Marat/Sade», escrita en 1963 por Peter Weiss.

Una escena de «Marat/Sade», de Peter Weiss.
En «Spider» (2002) del cineasta canadiense David Cronenberg, se habla acerca de la psicosis y de la reconstrucción continua de la realidad a partir de dos memorias: la real y la imaginaria. Ralph Fiennes es Spider, el hombre que sale de una institución psiquiátrica sin haberse curado. Spider visita los escenarios de su niñez y se ve a sí mismo, un niño de diez años atrapado en la percepción distorsionada de la realidad: entonces hay dos “Spiders” en cada escena, el niño que teje la telaraña y el adulto que trata de desenredarla escribiendo sus recuerdos en una libreta. Él relee sus escritos, murmura, balbucea, reescribe compulsivamente en los márgenes, él cree que escribe… pero su mano solo dibuja jeroglíficos, garabatos infinitos, otra vez el horror al vacío.
Spider es un escritor y es un artista. Un artista de la memoria, y de la misma manera que a Wölfli o a Sade, el objeto de su arte le resulta un salvavidas de plomo, lo hunde cada vez más en sus falsos recuerdos y lo condena a revivir una y otra vez el horror: cuanto más se resiste más envuelto termina, víctima de su propia tela de araña.
«Balada para un loco», por Amelita Baltar.
Paty Caratozzolo. Quisiera cantar «Feeling good» como la Simone o de perdida «Let’s do it» como la Fitzgerald. Algunas veces se lamenta quedito como la Dido de Purcell y otras llora a moco tendido como la Alcina de Haendel. El resto del tiempo anda con la mirada hundida en los paisajes brumosos de Turner y los dedos imaginando la tersura de cualquier escultura de Bernini. Prefiere el plano holandés al café americano, y la compañía de un barítono italiano al mejor widget de su celular japonés. Y definitivamente, si naufragara cerca de una isla desierta y pudiera llevarse un solo libro… ¡preferiría hundirse full fathom five!



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