Por Asfaltos.
El tema del fin de semana pasado ha sido indudablemente el estreno sorpresivo del noveno álbum de los ingleses de Radiohead. Si embargo el álbum, titulado «A Moon Shaped Pool», no contiene muchas sorpresas bajo el brazo; es más, incluye varios temas reciclados del grupo como la más reconocible «True Love Waits» que finalmente escuchamos en su versión de estudio tras conocerla por vez primera en el «I Might Be Wrong: Live Recordings» (2001).
Eso no quita que el «A Moon Shaped Pool» sea una belleza sonora que se destaque por su cuidada manufactura, misma que pueden leer con más detenimiento en la reseña del Disco de la Semana que le dedicó mi estimado Esteban Hernández. Pero bien, la sorpresa que los músicos de Radiohead dieron a todo el mundo, incluyó en un principio un video que me motivó a escribirles hoy de una película, que al igual que la música del «A Moon Shaped Pool», retumba con fuerza en el presente aún cuando cuenta ya con 43 años de haberse estrenado. El tiempo, parece, avanza con rapidez… pero no cambia o mueve las cosas al mismo ritmo, o como uno quisiera.
Para el videoclip de «Burn The Witch», dirigido por el director inglés Chris Hopewell quien trabajó anteriormente con la banda para su video «There There» de 2003, nos encontramos con una especie de inspector que llega a un pueblo donde se encuentra con puertas pintadas con cruces rojas, horcas bellamente adornadas y una especie de rito pagano, entre otras cosas, todo ello contrapuesto con un escenario tétricamente festivo y alegre (con la estética de aquella serie para niños británica titulada «Trumpton») que van orillándonos al sorpresivo final de la breve historia.
Sí, esa historia, la plasmada en el video, tampoco es original y no lo es a propósito, puesto que a la cinta a la que hace referencia es uno de los grandes clásicos de culto del cine británico de horror; hablo precisamente de «The Wicker Man» (1973), cinta que terminaría inspirando, entre otras cosas, festivales como el Burning Man Festival y el The Wicker Man Festival, así como el propio video del primer sencillo del más reciente álbum de Radiohead.
«The Wicker Man», si bien una de las cintas de culto más importante del cine británico, es también una de las películas más extrañas que podrán ver si es que no lo han hecho ya. Fracaso absoluto en la taquilla de su momento, «The Wicker Man» resultó un respiro del cine de horror que había hecho famoso al ya desaparecido actor Christopher Lee, quien por cierto mencionó siempre a la cinta como la mejor en la que había participado a lo largo de su larga y prolífica carrera.
No era de sorprender, Lee le puso mucho empeño a una cinta con la que intentaba dejar a un lado la imagen del Drácula con el que la Hammer británica le había dado fama; ahora, para «The Wicker Man», su intención era interpretar a un personaje lo más alejado del estereotipo, buscando como cualquier actor con ese peso encima, darle un giro a su carrera con un personaje que le obligara a ofrecer una actuación más profunda.
«The Wicker Man» nos cuenta la historia del devoto sargento de policía Neil Howie (Edward Woodward), quien después de recibir una carta anónima pidiendo su presencia en la remota Summerisle para encontrar a la niña desaparecida Rowan Morrison, vuela para encontrarse con una comunidad donde descubre -y nosotros con él- que los habitantes rinden culto a antiguos dioses paganos celtas, las parejas copulan al aire libre, los niños aprenden de la importancia del falo y los habitantes recurren a técnicas medicinales particulares para su tiempo.
Es en ese sitio, que a todas luces es contrario a las propias creencias de Howie, donde se lleva a cabo una historia que se nos presenta a manera de comedia musical, pero con tintes de horror; y no del horror clásico del que Christopher Lee huía, sino de un horror un poco más intelectual, por decirlo de algún modo, pues para su concepción se hizo una tremenda investigación que se ve plasmada no solo en la historia y en las canciones, sino en el propio arte de una cinta que no oculta ningún simbolismo con el paganismo al que se buscaba referir; quizá con muchos excesos como es evidente una vez que se ve la película.
Otro aspecto importante de «The Wicker Man» es precisamente su música, pues fue ésta la que rescató a la cinta del olvido para tenerla donde hoy actualmente se sitúa en la filmografía de su país. Entre los temas a destacar se encuentra evidentemente la «Maypole Song» que resume con gran talento la propia historia de la cinta; así como mi favorita, y la de muchos más, «Willow’s Song». «Willow’s Song», acompañada además en la película por las imágenes más alucinantes de la cinta (y no solo por ver en bolas a la sueca Britt Ekland), musicaliza una de las escenas más poderosas de la película, misma que entenderemos únicamente bien hacia el final de la misma. La banda sonora «The Wicker Man» llegó a ser tan importante, que por muchos años, antes de la gran fama que terminó acumulando la película, fue mucho más relevante que la propia cinta.
El final de la cinta, otro de los elementos que han hecho de «The Wicker Man» una de las imperdibles de la historia del cine, es estropeado un poco por el video ya mencionado de Radiohead, pero no por eso se vuelve menos impactante. Toda la serie de datos que se reciben hacia el final en una de las grandes vueltas de tuerca de la historia del cine, retumban con fuerza en tiempos donde lo que se critica en la cinta sigue dolorosa y sorprendentemente vigente. Es ahí, en el mensaje que parece los propio Radiohead buscaron también transmitir, que se encuentra parte del gran horror retratado por «The Wicker Man» cuando se le ve al día de hoy.
Llena de risas involuntarias, de momentos que no pudieron mas que haber sido concebidos en el tiempo en que se filmó la película (eran los tiempos del amor y paz por excelencia), «The Wicker Man» es una película que vale la pena recordar y analizar. La cinta, dirigida por un Robin Hardy que en otro momento habrá que comentar, se disfruta más en la segunda visualización, pues poniendo atención en todos y cada uno de sus detalles, y conociendo su final, podremos entender en mayor medida porqué es una de las imperdibles de culto; y sin duda una de las mejores cintas de horror.
«Burn the witch,
burn the witch
we know where you live.
Red crosses on wooden doors
and if you float you burn.
Loose talk around tables,
abandon all reason,
avoid all eye contact,
do not react,
shoot the messengers»… («Burn The Witch», de Radiohead)
RUGIDO DE LA SEMANA: ¡¿Cuántos más, Billy Álvarez, cuántos más?! «Mi» Cruz Azul volvió a morder el polvo en la última jornada del torneo regular para quedar (otra vez más) fuera de la fase final de la competencia de fútbol mexicana. Con cada derrota que pasa la frustración del aficionado aumenta; serán, si el próximo año no ocurre un milagro, 19 años sin título para una institución que se sigue vendiendo como «grande». Las derrotas se entienden, pueden pasar, es sin embargo la forma de perder la que sigue encabritando. El «ídolo» azul, Don Chaco Giménez, volvió a no pesar en el momento importante: para fregarla falló un penal decisivo. El equipo se desvanece, afloja las manitas y se deja humillar en el campo. No hay amor propio y eso es lo que sigue molestando de manera tremenda. Los cambios insignificantes en la institución no serán jamás los revulsivos que se necesitan. ¿Llegará un cambio pronto, habrá ganas de implantarlos? La paciencia, si es que ésta todavía existe, se va acabando; lamentablemente, para el flagelante aficionado, el amor nunca se apaga (y por eso duele).
Asfaltos. Sobrevivo en una ciudad junto a millones de personas. ¿Mexiqueño? Me enamoro rápido y olvido difícilmente. Amo la música, el cine, los cómics, las mujeres y -últimamente gracias a los servicios de streaming– las series también. Vivo la vida a través de letras y melodías. Músico frustrado. Me pueden encontrar escuchando U2, Radiohead y Coldplay; así como Grand Funk Railroad, Styx y Eric Burdon; Chetes, Jumbo y Siddhartha; y hasta Jesse & Joy, Silverio y Aleks Syntek. Batman y Star Wars mis pasiones; también el Cruz Azul, pero ya saben… subcampeonísimo. Sobreviviente y náufrago; ermitaño que odia la soledad.
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