Por Paty Caratozzolo.
“El que viene a nosotros con una espada en la mano, será vencido con una espada.
Así ha sido Rusia hasta ahora y así será para siempre”.
Así dice el Príncipe Aleksandr al final de la película «Aleksandr Nevsky» (1938), de Sergei Eisenstein, refiriéndose a los recién vencidos Caballeros Teutones en la «Batalla del Hielo» que se libró en abril de 1242 sobre las aguas heladas del lago Peipus.
La orden de los Caballeros Teutones es una orden católica (es, porque sigue existiendo) que se estableció en 1190 en la ciudad de Acre, hoy en territorio israelí. Su misión era la de garantizar el paso de los caballeros cruzados hacia Tierra Santa. En 1211 su destino evangelizador los reclama en la frontera sudeste del Reino de Hungría y allí van para luchar contra los Kipchaks (ancestros nómadas de los kazajos), pero no les fue muy bien y fueron repelidos en 1225. No pasó mucho tiempo hasta que el obispo Christian de Oliva los requiere para otro trabajito ahora en tierras prusianas: de Oliva había sido atacado en Chelmno (sí, la ciudad polaca donde, entre 1941 y 1945, funcionó el campo de exterminio que asesinó a más de 150,000 personas) y le pide al Gran Maestre de los teutones que venga en su auxilio. Los Caballeros arrasan Chelmno y ya que están por la zona ayudan en la cristianización de Lituania. En 1241, cebados por sus aplastantes victorias deciden invadir la región báltica de Novgorod en territorio ruso, que reniega del poder papal de Roma y que en ese momento estaba debilitada por las invasiones tártaras. Logran exterminar a buena parte de la población de la ciudad de Pskov y llega el momento de enfrentarse al príncipe Aleksandr. Aleksandr de Novgorod era conocido como Aleksandr Nevsky porque había derrotado a los suecos en la invasión de 1240 a orilla del río Neva; Nevsky es literalmente “el de Neva”.
Grabación histórica de la «Sinfonía Leningrado» (1941), de Shostakovich.
Y aquí es donde debemos hacer un salto de 700 años en el tiempo: estamos en 1938 y Josef Stalin tiene dos problemas en la mismísima región del Neva: Finlandia tiene su frontera a sólo 30 km de San Petersburgo y la Alemania nazi está a punto de invadir Polonia. En realidad es un solo problema, el regreso de los teutones. Gran conocedor del poder de la propaganda encarga a sus artistas una campaña para preparar el terreno:
Al pobre Dmitri Shostakovich (que había caído en desgracia) le encarga una serie de canciones finesas para rescatar el pasado ruso del antiguo Ducado de Finlandia. Shostakovich las escribe pero luego de la Guerra de Invierno de 1940, donde Finlandia pierde el 10% de su territorio, las esconde para siempre. Los manuscritos de las partituras son encontrados en 2001. A Serguei Eisenstein le encarga la película «Aleksandr Nevsky», donde se pronuncia la famosa frase de no se metan con Rusia. Y a Serguei Prokofiev le encarga la banda sonora de la película y él luego de estusiasta hasta compone una cantata.
Música de la escena de la «Batalla en el Hielo», de Prokofiev.
La película se exhibe durante un año y la ven millones de personas. En agosto de 1939 Stalin y Hitler se reparten Polonia: la película de Eisenstein debe desaparecer. En junio de 1941 Hitler rompe el tratado e invade Rusia: la película vuelve a aparecer. El regreso de los teutones… y de nuevo el terror sobre Chelmno y Leningrado, 700 años después.
Cuadro de portada: «Aleksandr Nevsky» (1942), de Nicholas Roerich.
Paty Caratozzolo. Quisiera cantar «Feeling good» como la Simone o de perdida «Let’s do it» como la Fitzgerald. Algunas veces se lamenta quedito como la Dido de Purcell y otras llora a moco tendido como la Alcina de Haendel. El resto del tiempo anda con la mirada hundida en los paisajes brumosos de Turner y los dedos imaginando la tersura de cualquier escultura de Bernini. Prefiere el plano holandés al café americano, y la compañía de un barítono italiano al mejor widget de su celular japonés. Y definitivamente, si naufragara cerca de una isla desierta y pudiera llevarse un solo libro… ¡preferiría hundirse full fathom five!
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