Por Asfaltos.
Hace unos días, de manera inesperada, volví a encontrarme con un viejo amigo bajo una circunstancia que jamás hubiera querido. La despedida anticipada de su padre nos reunía en un abrazo fuerte en el que intentaba decirle que a pesar del tiempo y la distancia: «aquí estoy». La vida es un soplido -reflexionaba aquella lluviosa tarde-, y como tal, se va como vino…
Hoy todos celebramos a nuestras mamás. Quienes las tenemos afortunadamente todavía con nosotros, las disfrutamos de manera tremenda; quienes las han perdido, las recuerdan con nostalgia y cariño. El asunto es que, como cantaba el argentino Leopoldo Dante Tévez, «todos tienen una madre; [pero] ninguno como la mía».
Nacido en Villa Atamisqui, Santiago del Estero, Argentina, un ya muy lejano 22 de marzo de 1942, a Leopoldo Dante Tévez lo reconocerán mejor por su nombre artístico: el gran Leo Dan. Con un larguísimo listado de álbumes, donde hizo carrera en su natal Argentina, en España y en nuestro país, Leo Dan si bien argentino es también mexicano por adopción. Su gusto por la música nacional, además del cariño que siempre se le ha profesado en nuestro país, son algunas de las tantas pruebas de ello.
Bajo el nombre de «A la sombra de mi madre», uno de los más grandes clásicos del tradicional Día de las Madres, 10 de mayo, Leo Dan nos regaló una hermosa melodía en la que nos daba cuenta de todo lo que significa el amor de una madre: sin duda, una luz fuerte y cálida para ir trazando nuestro camino.
«Yo le pido a Dios rezando, que mi mamá no se muera, que viva dentro mi rancho, como estampita si quiera. Si alguna vez madrecita, tú te me vas para el cielo, llévame madre querida, ¡no me dejes, no me dejes! Yo te quiero».
A todas sus madres, a las madres que también nos leen, ¡feliz Día de las Madres!
Foto: Alfredo Saints.
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