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México y la conmemoración de los difuntos, parte 1

Por Enrique Figueroa Anaya.

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Dicen que el mexicano se ríe de la muerte, que se burla, que le da gracia… yo no creo que sea tan así. Mas bien el mexicano tiene una forma curiosa de ver las cosas que le provocan dolor. Así ha sido la tradición, desde las burlas sobre los políticos corruptos que hemos tenido, hasta los chistes llenos de humor negro de las tragedias que hemos padecido; sin embargo hoy, en México, el mexicano no se burla de la muerte; la sufrimos demasiado como para reírnos de ella.

tezcatlipoca

Estamos a unos días de conmemorar a los muertos, a los chicos y a los grandes, a los que se nos adelantaron en el camino; a los que nunca dejamos de extrañar. La muerte es parte de la vida, y como tal, ha estado siempre ligada a la humanidad, es más, desde antes de que ésta fuera eso: humanidad. Algunos descubrimientos sugieren que uno de los parientes lejanos del humano, el neanderthal, también «creía que la vida no terminaba con la muerte, sino que seguía en alguna parte llamada el mundo de los espíritus» (Iglesias y Cabrera, 2008, 13).

En el territorio que hoy ocupa la ciudad de México, en tiempos de los mexicas (que no aztecas), la muerte siempre tuvo una máxima importancia. En esos tiempos los antiguos mexicanos contaban con cinco fiestas relacionadas a ella. «La primera tenía lugar en el mes Tóxcatl, quinto del calendario indígena, cuyo lapso abarca de 3 de mayo al 22 del mismo mes. En esta época tenía lugar la fiesta a Tezcatlipoca, gran Dios Lechuza» (Iglesias y Cabrera, 2008, 49).

La segunda fiesta era la de Hutizilopochtli, realizada en el mes Tlaxochima, «nacimiento de las flores», que comprendía entre el 22 de junio y el 10 de agosto. Si bien la fiesta era la del Colibrí Hechizado, el dios Huitzilopochtli, al mismo tiempo se celebraba a los niños muertos; como hoy conmemoramos el 1 de noviembre. De hecho hay testimonios de que en la Delegación Magdalena Contreras, en el Distrito Federal, hace ya algunas décadas, «aún se llevaba a cabo la fiesta de los muertecitos, que llevaba el mismo nombre que la fiesta prehispánica» (Iglesias y Cabrera, 2008, 50).

La tercera celebración era la gran Fiesta de los Difuntos, que se llevaba a cabo del 11 de agosto al 30 del mismo mes, y que además de estar dedicada a los difuntos, se dedicaba al Dios del Fuego Xiutecuhtli. Podría decirse que esa celebración era una especie de equivalente al 2 de noviembre, pues su nombre prehispánico era Hueymiccaihuitl, que significaba «muertos grandes». Muchos de estos conocimientos perduran hoy gracias a los textos que en su momento dedicó el Fray Juan de Torquemada.

La fiesta de Mixcóatl se realizaba en el décimo mes denominado Quecholli y estaba dedicada a los dioses Mixcóatl y Hutizilopochtli. Ésta se realizaba del 30 de octubre al 18 de noviembre, es decir, por estas fechas; en ella se realizaban sacrificios. La conmemoración iba sobre todo para recordar a los muertos en guerra, que en esos años, eran muchos. La última fiesta era Motlazquian Tota, la dedicada a Xiutecuhtli, que en español se llamaría «nuestro padre el fuego tuesta para comer». Las fechas de esta celebración eran entre el 18 de enero y el 6 de febrero. Una de las tradiciones de esas fechas era la ofrenda de cinco tamales al fuego; a esta fiesta se le llamaba Huauhquiltamalqueliztli.

En una segunda entrega de este texto hablaré de cómo fueron cambiando las conmemoraciones con la llegada de los españoles, así como en el México independiente, cuando ya propiamente podemos hablar de las tradiciones mexicanas que aún hoy día siguen en constante cambio; pero bueno, eso será la próxima entrega…

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Bibliografía.-
Sonia C. Iglesias y Cabrera, Cuando los abuelos regresan, México, Plaza y Valdés, 2008.

 

 

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