Ladrones de la fama, una oda a la banalidad.
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Ladrones de la fama, una oda a la banalidad

  • Por Ana Escárcega.

    La nueva cinta de Sofia Coppola tiene el sello del fallecido cinematógrafo Harry Savides, crea una atmósfera etérea e irreal con la que dejarse llevar es sencillo y hasta deseable. La historia, basada en muy tristes hechos reales, es simple: un grupo de adolescentes desubicados, sedientos de atención y embobados con la fama vacía y banal de las estrellas de Hollywood deciden entrar a hurtadillas a las grandes mansiones de estos actores y actrices para tener una “probada” de la vida que llevan, roban algunas joyas, zapatos, ropa de diseñador, pero no demasiado como para que sea muy obvio, un “robo hormiga”. De esta forma, entran a las mansiones de famosos como Paris Hilton, Megan Fox, Rachel Bilson y Orlando Bloom de manera constante a lo largo de un año.

    Ladrones de la fama, una oda a la banalidad.

    Ladrones de la fama, una oda a la banalidad.

    Estos adolescentes viven la vida al día, preocupándose por la apariencia, por la marca de la ropa y los zapatos, por el maquillaje y por el club de moda al que irán a emborracharse y drogarse cada semana, mientras que sus padres deciden mirar a otro lado, bien por falta de tiempo o por falta de ganas.

    A lo largo de la película se siente una falta de conexión con la realidad de los personajes, se nos retrata la parte glamurosa de la vida de estos jóvenes, su necesidad por llamar la atención de los demás – los personajes todo el tiempo alardean de los objetos que roban y suben las fotos a Facebook – pero falta un algo que los ancle a la realidad de lo que viven en el día a día, sus motivos no son siempre claros y se nos muestran como adolescentes completamente carentes de consciencia.

    Lo que sí resulta claro es que la adoración a la moda es una máscara que oculta demonios muy grandes en el caso de estos adolescentes, así como este modo de vida tan popular en Estados Unidos en el que se endiosa a las celebridades. Pero la soledad y el vacío existencial no se refleja nada más en los jóvenes que perpetraban dichos robos, sino en las mismas celebridades que tanto admiraban. Llama la atención, por ejemplo, la mansión de Paris Hilton (a la que entran en numerosas ocasiones) abotagada de objetos, cojines con su cara impresa, portadas de revista enmarcadas con sus fotografías, una especie de antro dentro de su propia casa; vaya, entran a su mansión tantas veces y roban tantas cosas, pero tiene tal cantidad de objetos que ella nunca lo nota.

    Hay una admiración latente por la acumulación de bienes materiales, por pertenecer a un grupo selecto de la sociedad para ser admirado como lo son también estos famosos, sentimiento que nace de la falta de atención dentro de sus propios hogares y escuela y ellos lo saben.

    Alejándose de la realidad (la de la historia real, pues), Sofia Coppola no mostró el arrepentimiento ni el sufrimiento de los jóvenes, al contrario, nos muestra a una sociedad que está tan corrompida por los programas de chismes de la farándula que aplaude y defiende lo que éstos hicieron, nos muestra un cinismo descarado tanto de los adolescentes, como de sus padres y de toda la sociedad que los rodeaba.

    Sin embargo, la cámara de Coppola se preocupa más por complacer visualmente que por entrar de lleno en la profundidad de la historia; desde los planos secuencia luminosos y aletargados que llenan de sensaciones tranquilas y nostálgicas, los paseos del grupo de adolescentes que adornaban las calles de Los Angeles con sus tacones altos, su ropa cara, sus lentes oscuros y su Starbucks en la mano, hasta los bailes en cámara lenta que denotan una vida descarrilada y sin consecuencias, un mundo en donde lo que importa es lo que los demás ven y opinan de ti. Pareciera que la directora tiene algo que decir al respecto, pero se queda a medio camino y no lo logra del todo.

    Si bien el cine de Sofia Coppola se distingue por esas sutilezas a veces tan ligeras, en este caso pareciera que la sutileza se confunde con una secreta admiración por la misma vida que anhelaban los adolescentes, con una idolatría con la que se dejó llevar entre moda, bling bling y música hip hop.

     

     

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