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La fiesta es para romper la rutina y salirse de sí mismo, usar máscaras, ponerse otro nombre y hasta cambiar de género, para eso son los carnavales. Que el exceso fluya. Su contrario es el rito, el rito lleva un orden y una razón, éste es utilizado para mediar/llamar/entender/saber las fuerzas divinas. Mediante el rito hablamos con el de allá arriba.
¿Qué pasa cuando el rito tiene al caos por norma; es decir, el desorden como elemento riguroso de la ceremonia? Carlos Monsiváis es prueba de los rituales del caos. El clásico ensayista mexicano sigue vigente, los rituales populares son parte de una identidad caótica puesta en práctica día con día.
El acto de sentarnos a ver televisión es un espejo, un espejo donde la panza no se nos ve, ni las deudas de bancos ni la tristeza en los ojos. La tv es aspiracional, cada una de las novelas nos dice que la María que vive en cada uno de nosotros puede casarse con un ricachón. La televisión sí presenta nuestra realidad; por supuesto que sí, una realidad que puede convertirse en sueño con la mejor telenovela.
La lucha libre es la representación entre el bien y el mal para el ciudadano de a pie, ¿quién dijo que en México no se va al teatro?, basta con ir a una de estas tragicomedias mexicanas para encontrarse a la Familia Burrón gritando majaderías, nadie se alarmaría por el léxico utilizado; para eso son los teatros, para expresar los sentimientos.
No todos los rituales son ceremoniales y pulcros, hay rituales que nos hacen ser quienes somos. Persignarnos antes de entrar a la cancha, no pararnos con el pie izquierdo, escuchar a Cristian Castro para declarar nuestro amor y tatuarnos a la Santa Muerte en la espalda son pequeñísimos actos de fe. Los ritos describen nuestras creencias, pasiones y locuras, cuando el rito se convierte en fiesta, es un ritual popular, un agasajo para mediar/llamar/entender/saber las fuerzas divinas llenas de pasión, gloria y exceso. Una fiesta increíble.
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