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El duelo de las víctimas silenciosas

Por Daniel Higa Alquicira.

Alguna vez platicando con Lolita Bosch y Alejandro Vélez -del proyecto Nuestra Aparente Rendición (NAR)- sobre las implicaciones sociales y familiares que producen los asesinatos en nuestro entorno, ellos aseguraban que estos hechos producen un daño incalculable ya que los efectos negativos se multiplican y se extienden mucho más allá de un hogar.

Decían que los daños son “vectoriales” y que van aumentando su efecto en la medida en que más personas salen afectadas por un solo asesinato. Es decir, no solamente sufren los hijos y esposos o esposas, sufren los padres de ellos, los hermanos, los sobrinos y así hasta extenderse a líneas familiares que pueden abarcar muchas generaciones.

Un asesinato u homicidio dolosos pues, se contabiliza en las cifras oficiales como un hecho más que darán una suma final, pero a nivel social, este hecho causa un daño emocional, económico y productivo tremendo, ya que afectará a decenas de personas en su vida cotidiana.

Lo anterior lo saco a escena porque en poco menos de un mes han sucedido dos hechos trágicos que han afectado parte de mi entorno. Primero, el asesinato de un persona de 45 años, padre de dos hijos menores, que fue baleado en un supuesto asalto en el Estado de México. Luego, apenas el viernes pasado, el asesinato de una señora en su propio departamento –algunas versiones dicen que fue apuñalada y golpeada– sin que nadie se diera cuenta.

Con ambas personas platiqué alguna vez, y aunque no mantuve una amistad con ellas, esos momentos los recuerdos agradablemente.

Yo no pertenezco a su círculo familiar cercano, pero estos hechos me han hecho pensar mucho sobre los efectos emocionales que producen. Me imagino la rabia y la desesperación de sus hijos y personas cercanas a ellos; la impotencia y los pensamientos que han de pasar por su mente ante tanto dolor.

Según me platicaron los familiares del hombre asesinado, ellos no tienen evidencia de que estuviera involucrado en negocios turbios o el crimen organizado; pero al mismo tiempo ellos decidieron no investigar más sobre el motivo de este homicidio.

Uno pensaría que es una decisión errónea cerrar el caso, dejar que los asesinos queden impunes, que no haya castigo para ellos. Pero su decisión se basa en dos argumentos válidos: uno, que eso no le regresaría la vida; y dos, que ante la justicia que hay en México es mejor dejar las cosas como están.

Y esto abre un nuevo tema de discusión con respecto a lo que siempre hemos señalado, el hecho de que el sistema de justicia que tenemos es tan débil y endeble que nadie confía en él ni en los impartidores de justicia.

Para evitar pasar el infierno de los procesos judiciales, mejor se decide no hacer nada. Pareciera que lo mejor que ha hecho el sistema de justica es convertir a las víctimas en criminales. Es más fácil para los policías, el MP y los investigadores concluir que algún familiar fue el asesino y extorsionarlos para dejarlos libres, que hacer su trabajo de manera profesional.

Habrá sus honrosas excepciones, sin embargo, el sistema de justicia en general se ha esforzado por hacer que estas acusaciones se conviertan en ley. Y entonces para qué sufrir dos veces al mismo tiempo, si con la muerte de un familiar ya es suficiente.

Pero esto que platicamos aquí es –terriblemente– un hecho común en México. Según las cifras de la Secretaría de Gobernación, en promedio durante 2015 se cometían poco más de dos asesinatos cada hora, unas 54 personas murieron cada día para rebasar los 14 mil homicidios en el año.

Y las víctimas seguirán aumentando este año, los dolientes seguirán con su pena y la justicia en México será una de las grandes fantasías que tampoco vamos a saber a ciencia cierta, que es lo que representaría en un sistema medianamente funcional… ¡Una verdadera tristeza!

Foto: Denisse Beirana.

 

 

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