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Carnaval de Bahidorá, la cumbre del gozo

Music Hunter
Texto por Alejandro Glatt.
Fotots por Mariana Kletzel.

Por cuarta ocasión en la historia de nuestro país, a pocos años de que los festivales nacionales emergentes nacieran y comenzarán a atraer tanta fuerza, ciertas personas fuimos las afortunadas de ser testigos del pulcro resultado del tiempo, esfuerzo, logística y curaduría para lograr generar una celebración tan mágica, armoniosa y perfecta como lo fueron las más de 50 horas de fiesta continua bajo un radiante sol en el Parque Acuático Natural Las Estacas.

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En Carnaval de Bahidorá todos los aspectos se encuentran perfectamente cuidados para que todo salga a la perfección; desde la pulsera electrónica para pagar todo sin necesidad de tener que cargar billetes y monedas, hasta los contenedores para tirar vasos y botellas a cambio de «ponchotoallas», incentivando así a los asistentes a reciclar. Todo lo anterior fueron algunos de los factores para que, desde el momento en que mis limpias suelas pisaron los territorios icógnitos hasta el momento en que mis descalzos y sucios pies los abandonaron, en mi cabeza no existiera queja alguna.

Todo comenzó con las candentes rimas de La Banda Bastön, quienes fueron los encargados de cortar el listón y de las frentes de todos los asistentes sacar las primeras gotas de sudor y dar inicio al increíble y constante fiestón. Sin censura alguna, el dueto mexicano dejó todas las bocas listas para al volver a casa ser talladas con jabón.

Minutos después nos transportamos al «Asoleadero Corona», en donde en un escenario atravesado por heladas corrientes, cientos de personas, refrescando sus cuerpos ya sea dentro del río o con cerveza en mano, unieron palmas y gargantas para danzar al son de los tropicales y tribales ritmos que solo Sotomayor es capaz de producir. “Deja Salir la luz que llevas dentro” fueron las palabras que repetidamente coreaba la audiencia acompañadas de tambores, aplausos y mucho danzón.

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Desde cualquier punto del festival, uno era capaz de encontrar opciones para cualquier estilo de gusto y personalidad. A la par de que nos encontrábamos retumbando caderas con Sotomayor, otros se encontraban con las piernas cruzadas sobre el pasto escuchando dulces y acústicas propuestas a un costado del río, mientras otros se encontraban saltando sobre resortes entrelazados entre los árboles, mientras otros se encontraban columpíandose entre pilas de flores y otros se encontraban bebiendo vorazmente en los camastros de alguna de las albercas.

Así de ecléctico fue cada respiro de aire puro que mi nariz pudo disfrutar, todo en ambiente de paz y mucha libertad.

Llegó el turno de Sonido Gallo Negro, quienes enmascarados como la danza de los viejitos y con más de 12 instrumentos en escena, demostraron como la electrocumbia es capaz de poner hasta a los grillos y hormigas a bailar. Éxitos como «Chamula» y «Bocanegra» fueron coreados y disfrutados por cientos de pasos de baile en sincronía, transformando el «Escenario Central» en todo un tremendo chiscón.

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Conforme el sol se acentuaba, los proyectos eran cada vez más distintos, claro, siempre manteniendo la línea del maridaje perfecto entre, música-lugar-tiempo que sólo el equipo del Carnaval Bahidorá sabe tan perfecto curar.

La noche caía mientras entre nubes de gritos y humo apareció en escena el dueto californiano de r&b y soul, Ryhe, quienes con sólo unos cuantos acordes lograron bañar cientos de pómulos con lágrimas. Violines, trombones y sintetizadores penetraron el lo más profundo de mi cuerpo para cerrar los ojos y dejarme abrazar por la tremenda sutileza que provocan en cada uno de sus tracks. Sumergido en la pureza del amor, un anochecer que jamás se olvidará.

Para alimentarse y recargar baterías, uno tenía la oportunidad de elegir entre más de 40 distintas opciones gastronómicas. Conocidos food trucks de Ciudad de México, los cuales cruzaron la carretera repletos de materia prima y volvieron a casa con nada más que billetes en la cartera, quedaron impresionados con la velocidad a la que los ansiosos jóvenes se devoraron todo lo que fuera comestible. Pizzas, empanadas, kebabs y hamburguesas fueron algunas de las cientos de oportunidades que había para dejar barrigas y corazones satisfechos.

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A altas horas de la noche, en el que la noción del tiempo se había perdido ya, muchos le dieron a sus piernas un descanso tirados alrededor de un intenso fuego haciendo amistades con quien estuviera a su lado, celebrando el sentimiento de hermandad que el Carnaval Bahidorá transmitió en todos sus aspectos.

Una vez frescos de nuevo, en el «Escenario Doritos» con una instalación de un gigante corazón palpitando entre arboles y raíces, el encargado de hacernos olvidar el sueño y mantener la flama de la fiesta prendida fue nada más y nada menos que el dj alemán Martin Gretschmann, mejor conocido como Acid Pauli, quien no permitió a nadie siquiera pestañar a través de sus retrofuturístas e industriales ritmos rociados con una gran intensidad y energía.

En sincronía con sus hinchados beats, el sol comenzaba a asomarse, iluminando los árboles, palmeras, cuerpos y cabezas de quienes no permitieron en lo absoluto dejarse caer.

Una vez el sol en su máximo esplendor, el jolgorio se transportó al «Asoleadero Corona» en donde al son de tropicales, caribeños y sabrosos ritmos, el gran pincha rolas y dj Quantic, llevó a todos a la negación de volver a su rutina en la ciudad y a continuar bebiendo, bailando, remojando cuerpos en el río, disfrutar y quedar con enormes ganas de que pronto llegue febrero 2017, para así, una vez más, poder volver a la terra incógnita, traer a todos nuestros amigos, familiares y queridos a atestiguar lo que viene siendo una de las mayores celebraciones en nuestro planeta, la cumbre del gozo: Carnaval de Bahidorá.

Gracias por ser parte de la historia. Gracias por tanto hacernos sentir. Gracias.

 

 

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