En algunos sectores de la sociedad mexicana prevalece la idea y prejuicio de que los pobres son pobres porque quieren; que son gente “huevona” que no se esfuerza, que no trabaja, que no busca oportunidades de desarrollo o que no tiene interés en mejorar.
Esta idea creció con la historia del PRI y con el paternalismo de los gobiernos que solo ayudan a los pobres cuando están en campaña o con los programas sociales y políticas públicas en donde muchas personas solo están esperando esto para recibir algo, aprovechándose de su propia victimización. Es decir, ¡soy pobre y necesito que me den algo!
Sin embargo, ¿qué pasa con aquellas personas que ni siquiera las ayudas electorales conocen? ¿Quién ve a esas comunidades, que de tan pobres y con otra lengua materna, las autoridades ni siquiera se detienen a contabilizarlas para inscribirlas en los programas sociales? ¿Es huevona aquella mujer de algún rincón de Oaxaca que trabaja todo el día para tejer dos sombreros de paja por los cuales gana 10 pesos?
Un trabajo fenomenal de un grupo de periodistas, fotógrafos, cineastas y respaldados por Oxfam México, logró sacar a luz la vida de los 12 mexicanos más pobres –los más jodidos de los jodidos, dijo Salvador Frausto–, de aquellos que su vida se ha ido con la idea de que el hambre nunca se va y que sobreviven a fuerza de dignidad.
Este trabajo periodístico y documental se concentra en el libro «Los 12 mexicanos más pobres. El lado B de la lista de millonarios» (Editorial Grupo Planeta), una publicación impresionante por las historias que cuenta, que conjugan el dramatismo de la extrema pobreza, el olvido del sistema, la marginación propiciada por las autoridades y la dignidad y el orgullo de los más pobres del país.
«Conocemos el nombre y apellido de los más ricos de México, pero ¿quiénes son las personas que enfrentan las peores consecuencias de la desigualdad? México es el país de las desigualdades, en el que los mexicanos más acaudalados (el 1% de la población) concentran el 43% del total de la riqueza, mientras que 55.3 millones de personas tienen que elegir entre alimentarse a sí mismas o alimentar a su familia», dice Oxfam con respecto al libro.
Durante la presentación de esta publicación, realizada en Museo Interactivo de Economía el jueves 14 de abril, algunos de los autores relataron parte de su experiencia al investigar estas historias y contaron detalles de esta aventura, pero lo que más impactó fue escuchar cómo viven estas personas.
Para poder tener una idea de esta realidad, basta solo un ejemplo. «Angelina Méndez toma agua hervida para no sentir el dolor de estómago que causa el hambre. Ella y su familia han pasado hasta 48 horas sin comer, porque cada día enfrenta una verdadera batalla para conseguir, al menos, un par de tortillas con sal que meterse a la boca».
«No es que no quieran comprar otra cosa, es que es para lo único que les alcanza. Su día comienza a las 4 de la mañana; se levanta para tomar un conjunto de hilos de palma seca con los que teje de 2 a 3 sombreros al día lo más rápido que puede. Quien se los compra, le da sólo 5 pesos por cada uno, con lo que nada más le alcanza para 2 cosas: más hilo de palma seca con el que teje más sombreros, y un poco de maíz con sal».
Esto es parte de uno de los relatos que lograron entretejer estos periodistas para desentrañar lo que verdaderamente significa la pobreza. No se trata de tener mucho o poco, simplemente se trata de una desigualdad inhumana que impera en el sistema, en la falta de solidaridad y empatía de todos nosotros para entender que todos nos merecemos lo mínimo básico para vivir.
Estamos en medio de la comodidad citadina, rodeados de tecnología, conectividad; impulsados por la “necesidad” de acumular cosas materiales y deseando –a veces hasta envidiado malamente– poder tener lo que aquel o aquella persona tiene; lo que nos de estatus, «calidad de vida» y es sinónimo de «éxito».
Para los ricos, somos unos pobretones; pero para los más pobres, lo tenemos todo. Paradojas de la vida moderna. Vivimos en medio de presiones, autoflagelación y ambición desmedida, mientras que el común denominador de la lista B de los millonarios, es que asumen la vida con la mayor dignidad que puede tener un ser humano, sin importar su condición.
No se trata de cuanto vales por lo que tienes, sino de aprender a valer como ser humano…
Foto: Diógenes.


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