
Por Paty Caratozzolo.
«La veillée francesa era la reunión nocturna junto a la chimenea, donde los hombres reparaban sus herramientas y las mujeres hilaban mientras escuchaban los cuentos que los folkloristas registrarían 300 años después. Ya fuera que estuvieran destinados a divertir a los adultos o asustar a los niños, los cuentos pertenecían a un fondo de cultura popular que los campesinos atesoraron durante siglos con muy pocas pérdidas», Robert Darnton en «El significado de Mamá Oca» (1984).
Los folcloristas europeos han registrado más de 10,000 cuentos aunque los más famosos siguen siendo tres franceses: «La Bella y la Bestia», «La Cenicienta» y «La Bella Durmiente».

«La Belle au Bois Dormant», grabado de Gustave Doré (1862).
Sin importar la exactitud con que hayan sido registradas, las versiones escritas de los cuentos jamás podrán transmitir los efectos que les daban vida en la tradición oral: las pausas dramáticas, las miradas astutas, el uso de sonidos y golpeteos. A pesar de esta imposibilidad Darnton nos ofrece en su libro una buena forma de conocer las antiguas versiones de estos cuentos (que no eran ciertamente infantiles), sus orígenes y el porqué de las historias.
La primera versión de «La Bella Durmiente» puede rastrearse en los «Cantares de Gesta» del siglo XIV, mientras que «La Cenicienta» aparece en el libro «Propos Rustiques» de 1547. Reconstruidos a partir de la tradición oral volvemos a encontrar a ambos cuentos en el libro «Cuentos Populares Franceses» (1976) de Paul Delaure y Marie Louise Tenèze. Por supuesto estas versiones no se parecen en nada a las que Charles Perrault publicó en «Los Cuentos de Mamá Oca» (1697), ya que él los retocó para que se adaptaran al gusto refinado de los salones parisinos del siglo XVIII. Y luego los hermanos Jacob y Wilhem Grimm promovieron la difusión de las versiones más edulcoradas aún en «Los Cuentos de la Infancia y el Hogar» (1812), que son los que llegaron hasta nuestros días.

Representación de «Zemire et Azor» en un tapiz del siglo XVIII.
Durante los siglos XVIII y XIX algunas de las historias recuperadas por Perrault dieron lugar a los libretos de óperas y ballets: en 1817 Gioachino Rossini presenta su ópera «La Cenerentola» y en 1889 Piotr Ilich Tchaikovski estrena su ballet «La Bella Durmiente». Algo diferente sucedió con «La Bella y la Bestia», que aunque tuvo su primera versión escrita en el libro de Perrault, llegó a nosotros en la versión de 1770 de la escritora francesa Jeanne Marie de Beaumont que a su vez se basó en el cuento más extenso de 1740 de la también francesa Gabrielle de Villeneuve.
El tenor Mattew Peña como «la Bestia» en «Zemire et Azor».
En 1771 se estrena «Zemire et Azor», la ópera de André Gretry con libreto basado en la versión de Beaumont donde Zemire es «la Bella» y Azor la monstruosa «Bestia». Es decir, que ese cuento pasó al menos por tres versiones escritas luego de cientos de versiones orales. Y hoy la mayoría de la gente piensa que «La Bella y la Bestia» es un invento de Walt Disney. «Cosas vedere Sancho que non credere».
Paty Caratozzolo. Quisiera cantar «Feeling good» como la Simone o de perdida «Let’s do it» como la Fitzgerald. Algunas veces se lamenta quedito como la Dido de Purcell y otras llora a moco tendido como la Alcina de Haendel. El resto del tiempo anda con la mirada hundida en los paisajes brumosos de Turner y los dedos imaginando la tersura de cualquier escultura de Bernini. Prefiere el plano holandés al café americano, y la compañía de un barítono italiano al mejor widget de su celular japonés. Y definitivamente, si naufragara cerca de una isla desierta y pudiera llevarse un solo libro… ¡preferiría hundirse full fathom five!



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