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Esposas despreciadas

Columnistainvitado
Por Paty Caratozzolo
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Desdémona, Ofelia, Lucía, Norma, Madame Butterfly, Ana Bolena, la ópera está llena de esposas despreciadas. Algunas se suicidaron, muchas fueron asesinadas y prácticamente todas se volvieron locas… más o menos en el último acto.

Una de estas esposas, quizás la más infamemente despreciada, es Cio Cio San, la desafortunada protagonista de «Madame Butterfly» de Giacomo Puccini, estrenada en 1907.

El libreto habla sobre una mujer japonesa que se casa con un oficial de la marina estadounidense.

El oficial Pinkerton es un egoísta y un verdadero patán: asignado a ese destino tan alejado se le hace fácil que el casamentero del lugar le consiga una esposa joven y bonita para pasar a gusto los meses de servicio. Al poco de casarse Pinkerton vuelve a América y abandona a la joven sin saber que ella está embarazada.

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«Madame Butterfly» en el Royal Albert Hall (2011).

Tres años después Pinkerton volverá a Japón pero antes envía una carta a través del embajador anunciando a Butterfly que el matrimonio era nulo, que se casó con una chica americana y que además se va a llevar al niño. Butterfly ha esperado noticias durante mil días y mil noches, y mientras el embajador intenta darle la trágica noticia ella lo interrumpe y le dice algo que lo deja con la garganta hecha un nudo:

«¿En qué época anidan los petirrojos en América?  Mi esposo me dijo que volvería antes de la anidada, pero es evidente que en América es diferente porque él aún no ha vuelto…»

La carta es cruel, pero ella se niega a creer que su amado la ha traicionado y en un estado de total disociación y melancolía canta «Un be di vedremo»:

«Un hermoso día él volverá
te lo prometo.

Ahuyenta tus temores,
con fe segura yo lo espero.»

Después le tapa los ojos a su pequeño hijito y… se suicida.

Basada en hechos históricos, e igual de trágica, es la historia de Ana Bolena de Gaetano Donizetti, estrenada en 1830 y luego olvidada por más de cien años. Luchino Visconti la descubrió y reestrenó en la superproducción de 1957 con María Callas en el papel principal.

La escena más conmovedora, mucho más incluso que el famoso dueto entre Ana y Jane Seymour, es la escena del coro de mujeres que se compadecen de la locura de Ana en la Torre de Londres, justo antes de ser decapitada y de que Enrique VIII quede libre para volver a casarse. Las mujeres cantan «Qui puo vederla»:

«¿Quién puede verla con sus ojos
resecos de tanto llorar y no
sentir que su corazón se quiebra?»

Pasa algo extraño con las divas que interpretan papeles de esposas despreciadas, y es que les queda para siempre un dejo de tristeza en los ojos. Luego los nombres de ambas, intérprete y personaje, quedan unidos en el imaginario operístico, dejan de ser ellas mismas con cada personaje y se vuelven un poquito esa otra mujer, la otra, la despreciada.

Cuadro de portada: «Ana Bolena en la Torre de Londres» (1835), de Edouard Cibot.

IMG_5743Paty Caratozzolo. Quisiera cantar «Feeling good» como la Simone o de perdida «Let’s do it» como la Fitzgerald. Algunas veces se lamenta quedito como la Dido de Purcell y otras llora a moco tendido como la Alcina de Haendel. El resto del tiempo anda con la mirada hundida en los paisajes brumosos de Turner y los dedos imaginando la tersura de cualquier escultura de Bernini. Prefiere el plano holandés al café americano, y la compañía de un barítono italiano al mejor widget de su celular japonés. Y definitivamente, si naufragara cerca de una isla desierta y pudiera llevarse un solo libro… ¡preferiría hundirse full fathom five!

 

 

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