Puede ser que para muchas familias, la separación de sus miembros por el hecho de migrar de sus lugares de origen hacia los Estados Unidos sea una cultura tan arraigada, que represente la única opción para lograr aquellos sueños que tienen en mente.
Transitar por la frontera, esperar el momento justo para cruzar las rejas metálicas y rogar que el «pollero» sea honesto y nos los abandone en el desierto, es parte de las travesías de los migrantes mexicanos que persiguen incansablemente el «american way of life».
Algunos logran llegar, otros son detenidos, algunos mueren en el intento. Pero el pasado domingo 30 de abril se vivieron momentos que combinan sentimientos como emoción, tristeza, impotencia y esperanza.
En Tijuana, en un punto de la frontera entre México y Estados Unidos, las rejas se abrieron durante 20 minutos para que 6 familias que han sido separadas por temas migratorias, pudieran reunirse, abrazarse y platicar, aunque solo fuera por tres minutos.
«Esos 180 segundos, para muchos tal vez son sin ningún significado, pero para estas familias que han tenido que vivir separadas por su estatus migratorio, que a algunos de ellos les costó la deportación y con ello dejar trabajo, casa y familia, representan mucho», señaló la agencia Notimex.
Este evento fue organizado por la organización civil Ángeles de la Frontera (Border Angels en inglés), que cada año realiza estas reuniones entre familiares que no pueden estar juntas porque las separa una reja metálica, muchos complejos y situaciones legales que obligaron su deportación de los Estados Unidos.
Enrique Morones, fundador y director de Ángeles de la Frontera, comenzó con esta actividad de reunir familias, luego que en 2013 presenció una escena inimaginable para algunos.
Según cuenta este activista, en esa ocasión acompañó a la “»niña Jimena» que radica en Estados Unidos, a ver a través de las rendijas metálicas a su padre Luis, un migrante deportado unos meses atrás.
Según el relato de Notimex, «el hombre (Enrique Morones) era testigo del entrañable amor entre padre e hija, y obviamente su corazón dolió y sus ojos se rasaron de lágrimas», por lo que de manera inusitada, se acercó al guardia de la Patrulla Fronteriza para pedirle que abriera la puerta y permitiera al menos abrazarse.
El guardia accedió y así nació esta iniciativa que ha marcado la vida de muchas familias separadas.
Esta es una de tantas historias que se pueden estudiar en algunas partes de la frontera norte y que son la representación de la bipolaridad de las leyes, es decir, el dolor individual en pos de mantener el «orden» y la «seguridad» de las «mayorías».
Pero lo cierto es que el impacto social que pueda tener la implementación de medidas migratorias tal como las pretende el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, puede generar un drama humano que inevitablemente tendrá un impacto social a mediano y largo plazo, pero sus efectos no son tan fáciles de predecir.
La migración no se detendrá, las leyes tal vez se endurezcan, probablemente exista un muro más alto, ancho y fuerte en esa misma área donde esta vez se abrieron las rejas, y los argumentos políticos y legales siempre dejarán de lado el dolor humano.
¿Quiénes tienen la razón? ¿Cómo evitar que se sigan dando estos casos? ¿Las soluciones se deben buscar desde una perspectiva humana, legal o política? ¿Es justo que suceda?
Y no hablo solo de México, sino de todos esos lugares en donde el sur siempre va hacia el norte.
Foto: Mario Chávez.
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