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El sol naciente en México

Columnistainvitado

Texto por Sofía Sánchez Verduzco.
Fotos por Pao Rosenbaum.

Hace dos fines de semana, la Asociación México Japonesa fue testigo, una vez más, de la unión entre dos países: el occidente conoció una parte del oriente. La asociación abrió sus puertas para ofrecernos un poco de la cultura del país nipón por medio del Matsuri, Festival Japón de Verano CDMX 2017, un festival que ha sido traído a Ciudad de México gracias a los organizadores del evento, Expo Japan MX.

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Fue así que entre comida, sake, conferencias, música, puestos de artículos tradicionales (y comerciales contemporáneos), samuráis e historia, se sintió un ambiente de armonía y una representación de la amistad que existe entre ambas naciones.

Uno de los sitios que más historia englobaba fue el “local” en el que se vendían tablillas parecidas a las ema. Las ema son tablas de madera en las que escribes deseos que pides a los dioses del sintoísmo para posteriormente colgarlas en su templo. Sin embargo, las que se encontraban ahí contaban con una de las 7 virtudes del bushidō: valor, honor, sinceridad, justicia, compasión, cortesía y lealtad (bushidō se traduce como «el camino del guerrero», y era el código ético seguido por los samuráis).

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En el Matsuri adquirías la ema con la virtud que pides a los dioses, para que estuviese presente en tu vida o en tu relación con alguien. El nudo rojo, del cual cuelga la tablilla, es para invocar la clemencia de las deidades. Cada tablilla tiene cinco lados, en Japón se trata de evitar el número 4, ya que se cree que es de mala suerte, pues se puede pronunciar como la palabra «muerte» (shi).

En el mismo puesto se encontraban diferentes botones, cada uno con el emblema de un clan feudal o samurái del periodo Sengoku . Uno de los emblemas más representativos es el del clan Takeda. Nos explicaron que los Takeda fueron una familia feudal que gobernó en la zona Kai. Su ejército samurái era reconocido por sus armaduras rojas y utilizaban al ciempiés como escudo en sus banderas, su lema era «Furinkazan»: rápido como el viento, sereno como el bosque, devastador como el fuego y firme como una montaña.

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Entre los diferentes stands se encontraba uno en el cual podías pedir que escribieran tu nombre en Shodō, la técnica de caligrafía japonesa. Shodō significa, «el camino a la escritura», y es que para dominar este arte podrían pasar más años de los que se podrían necesitar para aprender japonés. La tinta empleada se llama sumi y está hecha a partir de carbón. En una mezcla de caracteres pertenecientes al kanji , katakana y hiragana (formas de escritura japonesa), el sensei te brinda un significado diferente de lo que es tu nombre. Un ejemplo de cómo la identidad de una persona tiene muchos lares que cada individuo aún tiene que descubrir.

El folclore tuvo una presencia muy importante en el festival, sobre todo porque fue un espacio de comunión más profundo con la cultura japonesa. Se contó con la presencia del ensamble de música tradicional, Kasou Kai, el cual culminó su presentación con la interpretación de «Tenkuu no Tobira» («Puerta del universo»), una composición por Katsuhiko Yoshizaki; los instrumentos utilizados para la interpretación fueron el koto (arpa tradicional japonesa), la flauta y el piano.

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Por otra parte, el artista mexicano Agarwen dio una demostración en vivo de su trabajo, elaborando una pintura en vertical mientras nos comentaba sobre cómo la tinta china debe de tratarse en esa posición. Su arte se encuentra en un punto de fusión entre lo contemporáneo y lo tradicional, y en sus obras se ven involucrados elementos representativos de Japón (tales como peces koi, sakuras, máscaras hannya y kitsune, entre otros elementos), los cuales otorgan a la composición lo que la misma obra va pidiendo en su formación; cada elemento tiene una razón y se juntan para hablar contigo.

Uno de los eventos internos que llamó más la atención del público, fue la degustación y venta de sake, el festival contó con aproximadamente 80 tipos diferentes de la bebida y hubo un puesto especial para el Nami. El Nami es el primer sake mexicano, se produce en Culiacán con mano de obra mexicana y arroces japoneses. En el festival podías encontrar las presentaciones «Blend» y «Junmai».

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La línea «Blend»es una mezcla de los arroces Calrose y Yamada Nishiki, en una relación 90/10 respectivamente. Esto quiere decir que el sabor del segundo grano es más sutil que el primero, y es más perceptible al paladar hacia el final de la degustación. Mientras que el Calrose tiene una presencia más marcada. El «Junmai» es la presentación artesanal, los granos son más tratados y tienen un placentero sabor frutal. Para disfrutar de ambos sakes se recomienda tomarlos con tiempo y disfrutar de los diferentes sabores que descubres mientras que el paladar palpa su esencia.

La unión entre las partes japonesas y mexicanas involucradas para producir el Nami «Junmai», se ve reflejada en el diseño de su etiqueta. Nami significa «ola», en la etiqueta hay dibujada un águila, en representación de México, que sobrevuela grandes olas. Ultramarino, la empresa que nos ha traído el primer sake mexicano, ha cuidado hasta el más pequeño detalle con el fin de reafirmar la alianza entre ambos países, quienes buscan ofrecer algo único y lo hacen de la mejor manera posible.

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La lluvia despidió el Matsuri de este año, una celebración que esperaré con ansías vivir de nuevo. Mientras tanto, creo que colgaré un fuurin en mi ventana (una campanilla de viento que se coloca en las casas de Japón cuando inicia el verano), para que cuando regrese el verano el próximo año, me avise con su tintineo, y entonces sabré que el Natsu Matsuri no tarda en celebrarse otra vez.

Arigatou gozaimasu!

 

 

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