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Perder la cabeza y la involución social

Columnistainvitado

Por Sandyluz.

Hace poco leí el cuento “Mr. Taylor” del autor Augusto Monterroso. Y viene al caso hablar de él, no solamente como valiosa recomendación literaria, sino también por su línea temática: la ley del más fuerte, y cómo el ser humano deslava su cualidad humana cuando el precio es el progreso económico.

El cuento tiene un escenario alegórico, en donde los personajes experimentan el costo de vivir en una sociedad de masas, acostumbrada a que el símbolo del progreso sea la producción en serie y el reconocimiento público. Desde esta óptica, la presea magna es el dinero (no es de extrañar que los actores sociales empoderados de nuestra actual sociedad sean magnates, empresarios, y, por desgracia, narcotraficantes).

Así, en “Mr. Taylor” tenemos al personaje extranjero, quien llega a tierra foránea, donde observa los rituales extravagantes del grupo social aborigen, donde la costumbre es comercializar con la reducción de cabezas humanas. Tan exótica práctica impacta al extranjero, quien en un principio la rechaza, por no hallarle sentido, ni utilidad. Basta con que un allegado le obsequie una, para que la cabeza reducida, y hecha trofeo, adquiera valor, ya puesta en otro contexto. Mr. Taylor comienza a enviar los siniestros objetos a un compatriota, quien las vende exitosamente, como curiosidad entomológica. Pronto, la demanda de tal consumible se vuelve insuficiente, dando pie a que se alienten las sentencias de muerte en la comunidad proveedora, llegando al límite de la crueldad y deshumanización, a fin de satisfacer el placer morboso de un cliente potencial, ávido de tener, como objeto coleccionable, una cabeza humana real, pero portátil.

El texto de Monterroso nos habla del valor desaforado que una sociedad de consumo otorga a las cosas, hasta el grado de cosificar a las mismas personas, hasta el grado de convertirlos en consumibles, y luego desechables. De manera alegórica, este cuento habla sobre la trata de personas, la discriminación y la imperante tendencia del ser humano contemporáneo de ser depredador con los de su propia especie. De acuerdo con la RAE, un objeto fetiche es “una figura o imagen que representa a un ser sobrenatural, al que se atribuye el poder de gobernar una parte de las cosas o de las personas, y al que se adora y se rinde culto”. Desde luego que si el ingrediente mayúsculo del ser humano es su intelecto, se declara abiertamente un gusto exquisito, para demostrar poder, el tener como objeto fetiche una cabeza humana, que sabemos que portó alma y libre albedrío. Con todo ello, nos queda la escalofriante reflexión de que el ser humano contemporáneo atribuye valor extralimitado a los objetos y que busca incluso poseer la máxima presea: la cabeza del otro, para así demostrarse identidad y supremacía.

El cuento de Monterroso es revelador, cuando, irónicamente, revela que la sociedad de consumo nunca tendrá suficiente, cuando de producir en serie y de consumir se trata. El valor del dinero se impone por encima del valor de las almas. Definitivamente, hoy día vivimos en la superficie, valorando los objetos que cuestan dinero, y despreciando aquéllos otros intangibles, y que, por cierto, tal vez encierran nuestra ya huidiza y desvalorizada esencia humana.

Fuente consultada: Monterroso, Augusto. «Obras completas y otros cuentos». México: Era, 1990.

IMG_5743Sandyluz. “Detrás de la pluma…” Egresada del Tecnológico de Monterrey Campus Toluca, de la carrera de Ciencias de la Comunicación. Completó estudios de Creación Literaria en la Escuela de Escritores del Estado de México (SOGEM). También terminó una maestría en Estudios Humanísticos con especialidad en Literatura, en el Tecnológico de Monterrey. En un plano más relajado, es aficionada a los libros y a la escritura desde corta edad; ha escrito de manera informal cuentos y poesías; con uno de sus primeros cuentos ganó un concurso local del cual obtuvo su primer retribución económica y profesional, siendo ello un significativo incentivo para seguir escribiendo. La Literatura ha sido una válvula de escape para no enfermar de realidad. La fantasía reanima el fulgor de los sueños que soñamos dormidos y que soñamos despiertos…

 

 

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