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El mar japonés en primavera

Columnistainvitado

Por Paty Caratozzolo.

Los grabados en madera que realizó Katsushika Hokusai influyeron en el arte pictórico europeo del siglo XIX y, paradójicamente, en una especie de cinta de Moebius tempo-espacial; cien años después fueron los músicos europeos los que influyeron en las composiciones de Michio Miyagi, considerado el artista japonés más importante de la modernidad.

 

Michio Miyagi quedó ciego cuando era muy niño y por eso tuvo que dedicarse a la música. No sólo se convirtió en un eximio intérprete de koto, sino también en un gran compositor que en 1929 escribió su pieza más famosa: «Haru no Umi (El mar en primavera)», para koto y flauta shakuhachi. Son los recuerdos de un hombre que vio el mar por última vez cuando tenía seis años, una obra eminentemente oriental pero con estructura, frases rítmicas y juegos armónicos que muestran la fuerte influencia francesa de Ravel y Saint-Saëns.

Cien años antes, alrededor de 1830, otro artista japonés, Katsushika Hokusai, terminaba la serie de vistas del Monte Fuji. Se trata de 36 grabados sobre madera de cerezo de los que el más conocido es «Bajo la gran Ola» que representa la vista desde Kanagawa. En él aparece el Monte Fuji ubicado entre un cielo griscrema y un extraño horizonte curvado azulnegro. Los espectadores, o sea nosotros, quedamos metidos en el mar encrespado y vemos con pavor cómo una ola gigante que simboliza la potencia de la naturaleza parece a punto de tragarse a todo el Monte Fuji, que es la montaña más alta de Japón pero aquí aparece como un pequeño triangulito nevado.

Olas y ondas del mar revuelto están formadas por tres capas de diferentes tonos de azul logrados con dos tipos de pintura: el azul índigo que era el comúnmente usado en todas partes, y el revolucionario azul de Prusia que seguramente entró a Japón a través de China proveniente a su vez de Inglaterra. Hokusai fue un pionero en el uso del azul de Prusia y por eso, cuando sus pequeños grabados llegaron a Francia, se volvieron la inspiración del movimiento impresionista y luego del post-impresionista, y finalmente del modernismo. Monet, Degas, Cassatt, Van Gogh y hasta Tolousse Lautrec quedaron fascinados, no sólo con las técnicas de grabado japonesas, sino también con el uso de múltiples puntos de perspectiva. Ya nada volvió a ser lo mismo en la pintura occidental.

Música y cuadro transmiten toda la fuerza de un hombre pero a la vez toda la ingenuidad de un niño: el recuerdo del niño Miyagi se convierte en la obra del anciano Hokusai…

¿En qué pensaban ambos durante el milagro de la creación? Quizás en el juego infantil de piedra, papel o tijera. Porque acaso, ¿no es extraño que el papel sea más fuerte que la piedra?

Y si una piedra puede envolverse con un papel, entonces: ¿Por qué todo el Monte Fuji no podría envolverse con la espuma de una sola ola del mar en primavera?

IMG_5743Paty Caratozzolo. Quisiera cantar «Feeling good» como la Simone o de perdida «Let’s do it» como la Fitzgerald. Algunas veces se lamenta quedito como la Dido de Purcell y otras llora a moco tendido como la Alcina de Haendel. El resto del tiempo anda con la mirada hundida en los paisajes brumosos de Turner y los dedos imaginando la tersura de cualquier escultura de Bernini. Prefiere el plano holandés al café americano, y la compañía de un barítono italiano al mejor widget de su celular japonés. Y definitivamente, si naufragara cerca de una isla desierta y pudiera llevarse un solo libro… ¡preferiría hundirse «full fathom five»!

 

 

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