Por Paty Caratozzolo.
“Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
esta muerte que nos acompaña
desde el alba a la noche insomne,
sorda como un viejo remordimiento
o un vicio absurdo”.
Escribiendo estos versos se suicidó Cesare Pavese a finales de agosto de 1950. Sandra Lorenzano los retoma en «Fuga en Mí menor», un libro que agobia por su ambiente triste, asfixiante, cíclico. Un libro en que se repiten cientos de veces las mismas frases y el mismo lamento: la obsesión de un hombre que vuelve una y otra vez al suceso trágico que marco su vida a los dos años.
El padre de Leo desaparece en el medio de la guerra en un pueblo de Italia, la madre de Leo huye con el pequeño y cruza el océano con un único recuerdo del padre: una foto en la que sólo se ve su sombra. La impresión del exilio deja al niño mudo durante un año. La sombra de su padre se dibuja sobre el tiempo, la sombra es la ausencia y la soledad lo deja sin palabras. Todo un año.
Leo recupera la voz la noche en que por primera vez su madre lo lleva al teatro a escuchar un concierto de piano. Recuerda cómo la música lo arrancó de su ensimismamiento y le devolvió las palabras. La música que obra el milagro es el preámbulo del «Carnaval» de Robert Schumann.
¿Por qué el «Carnaval» de Schumann? ¿Por qué el preámbulo del «Carnaval»?
El «Carnaval» de Schumann está formado por veintiuna piezas musicales que describen a personajes del carnaval, el baile, la confusión, las máscaras, incluso sus bajezas y sus demonios. El carnaval era en el siglo XIX e incluso en el XX algo que se vivía con culpa, una fiesta pagana que muchas veces se usaba como pretexto para mostrar comportamientos que de otra forma hubieran herido la sensibilidad de la sociedad hipócrita de la época. El carnaval es un buen tema para una historia de depresión, de culpa y misterios como es «Fuga en Mí menor».
De todas las veintiuna piezas, Lorenzano elige el «Preámbulo». No se queda con ningún personaje reconocible; se queda con el que no tiene identidad, con el que se ve borroso como en la foto del padre. Cuando el pasado es una mancha oscura entonces también lo será el futuro y Leo no puede escapar nunca de ese carnaval absurdo que es la depresión y el presentimiento de que su padre no fue un héroe de guerra, sino un hombre que no soportó el peso de la historia que le tocó vivir como Pavese. No importa que hayan pasado cincuenta años, no importa que tenga esposa y un hijo. Leo sigue reviviendo cada día la ausencia de la sombra del padre.
Leo huye a la playa, vuelve a quedarse sin voz… el viento dibuja sobre la arena, el silencio dibuja sobre el tiempo… “Oh palabra, tú que me faltas”… sólo le resta seguir la sombra de su padre, meterse en la oscuridad, cincuenta años después.
Foto: Cédric Nussbaumer.
Paty Caratozzolo. Quisiera cantar «Feeling good» como la Simone o de perdida «Let’s do it» como la Fitzgerald. Algunas veces se lamenta quedito como la Dido de Purcell y otras llora a moco tendido como la Alcina de Haendel. El resto del tiempo anda con la mirada hundida en los paisajes brumosos de Turner y los dedos imaginando la tersura de cualquier escultura de Bernini. Prefiere el plano holandés al café americano, y la compañía de un barítono italiano al mejor widget de su celular japonés. Y definitivamente, si naufragara cerca de una isla desierta y pudiera llevarse un solo libro… ¡preferiría hundirse full fathom five!
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