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No desearás al hermano de tu esposo

Columnistainvitado
Por Paty Caratozzolo
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«Sus ojos están llenos de lágrimas. Ahora es su alma la que llora.
No la molestes. No le hables más.
No sabes qué es el alma. No debemos inquietarla más.
El alma humana es muy silenciosa. Al alma humana le gusta irse sola.
Sufre tan tímidamente… pero la tristeza, pero la tristeza de todo lo que vemos… ¡Oh! ¡Oh!».

«Pelléas et Mélisande» (1902) de Claude Debussy con libreto de Maurice Maeterlinck.

Golaud, nieto del rey, algo mayor y viudo, encuentra a una joven perdida en el bosque, se enamora de ella y la lleva a vivir a un misterioso palacio sumergido en una terrible maldición: allí nunca brilla el sol y apenas puede verse el mar en lontananza. Con ellos vive el hermano menor de Golaud, Pelléas, un joven apuesto y sensible. Golaud no está nunca en palacio y, como era de esperarse, los jóvenes cuñados se enamoran. Golaud sospecha, alucina, los espía, los descubre, se enfurece y sí, mata a su propio hermano y accidentalmente hiere a Mélisande. La herida es superficial pero la pobrecita se deja morir de tristeza sin confesar haber hecho nada malo ante el fúrico marido que la quiere matar de nuevo. La idea de Maeterlinck para su obra de teatro «Pelléas et Mélisande» de 1893 no era nada original; un poco cambiado el guión vemos que la historia se parece a la de la bella Ginebra y el valiente Lancelot o, con algo de imaginación nos suena mucho a la del atribulado Tristán y la belicosa Isolda, y finalmente, sin ir más lejos, estamos casi seguros que se inspiró en la historia de los desafortunados Francesca y Paolo que tan de moda estaba por aquellos años.

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«Pelléas et Mélisande» (1905), Nikolai Roerich.

Si el argumento no es original, lo innovador fue el tratamiento metafísico: la idea de los ciclos eternos se desarrolla usando símbolos, matices y alusiones análogas a la progresión armónica en la música. Influenciado por la corriente artística de la época Maeterlinck se adelanta a sí mismo y da pie al simbolismo más puro.

Sicilienne de la suite «Pelléas et Mélisande» (1897), de Gabriel Faure.

Su poder es tal que en los siguientes doce años después de su publicación hubo cuatro compositores consagrados que se vieron fascinados por la obra: el primero fue Gabriel Faure que hizo la música incidental para la representación teatral en 1897; luego Claude Debussy, quien con libreto del mismísimo Maeterlinck compuso su ópera de 1902; en 1903 fue Arnold Schoenberg el que escribe su poema sinfónico más romántico; y finalmente Jean Sibelius, quien compone en 1905 una suite tan fiel al espíritu original y tan apasionadamente triste que el público salía de los teatros conmovido hasta las lágrimas.

«La muerte de Mélisande» (1905), de Jean Sibelius.

Empezaba el siglo XX y otras las atmósferas agobiantes invadían las almas. La contemplación y el éxtasis pronto iban a ser reemplazados por los más terribles escenarios de desolación. Ya no se necesitaba el simbolismo, la trágica maldición del castillo de Allemonde empezaba a cernirse de verdad sobre  toda Europa.

Portada: La ópera de Claude Debussy con puesta en escena de Louis Langrée (2014).

IMG_5743Paty Caratozzolo. Quisiera cantar «Feeling good» como la Simone o de perdida «Let’s do it» como la Fitzgerald. Algunas veces se lamenta quedito como la Dido de Purcell y otras llora a moco tendido como la Alcina de Haendel. El resto del tiempo anda con la mirada hundida en los paisajes brumosos de Turner y los dedos imaginando la tersura de cualquier escultura de Bernini. Prefiere el plano holandés al café americano, y la compañía de un barítono italiano al mejor widget de su celular japonés. Y definitivamente, si naufragara cerca de una isla desierta y pudiera llevarse un solo libro… ¡preferiría hundirse full fathom five!

 

 

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