Por Gina Szclar.
«La técnica es el medio crucial a través del cual puedo dotar de un poder mágico propio a objetos reales»,
Jan Švankmajer.
Como parte de las actividades del Festival Internacional de la Imagen (FINI) y de la entrega de la Medalla Cineteca Nacional (reconocimiento al mérito de directores de talla internacional), el prestigiado director Jan Švankmajer visitó por vez primera nuestro país en donde ofreció dos master class; una en Pachuca y la segunda en las instalaciones de la propia Cineteca Nacional.
De baja estatura y extrema delgadez, canoso y de cara afable, sin conocimiento del inglés (sólo habla checo), compartimos junto con él la proyección de algunos de sus cortometrajes y una cálida charla.
¿Pero quién es este genio que logró que sus conocedores llegaran desde las 7 de la mañana a formarse a Cineteca Nacional para esperar boleto? ¿Quién es este genio octagenario que tiene más de 30 premios en su carrera?
Jan Švankmajer nace en Praga en 1934, año en el que además ve la luz el grupo surrealista checo y eslovaco que es el más longevo -hoy sigue en activo- y al cual él se unió junto con su esposa en el año de 1970.
Es un artista polifacético: guionista, escenógrafo, ceramista, escultor, pintor. Estudió en el Instituto de Artes Aplicadas de Bellas Artes de 1950 a 1954 para posteriormente graduarse en 1958 como marionetista en la Academia de las Artes Escénicas de Praga. De inmediato se une a la generación de jóvenes a la que pertenecen Jiří Trnka y Jiří Brdečka, quienes junto con muchos otros incursionan en la diversidad de formas y estilos de dibujos animados que heredan la tradición del teatro negro de Praga.
Švankmajer es eje fundamental para comprender el desarrollo de la animación en el mundo, gran conocedor del cine de Georges Méliès, de Federico Fellini y de Luis Buñuel; su estilo se considera trasgresor y perverso, perturbador y fascinante a la vez. Para su trabajo colecciona toda clase de objetos que posteriormente utilizará, desde marionetas hasta botones, dedales o cepillos dentales.
En la década de los 70 se le prohibió trabajar durante 8 largos años, ya que el gobierno consideraba al surrealismo como un «arte que transgredía al realismo y por ser éste, sinónimo de una decadente burguesía»; pero el hombre seguía creando, animando toda clase de objetos poco convencionales, insertados en un mundo real y convencional.
Para muchos su trabajo resulta oscuro y visualmente difícil de comprender, sin embargo podríamos remitirnos a las pinturas de el Bosco, del italiano Giuseppe Arcimboldo (al cual ha dedicado su corto «Flora»), de Giorgio de Chirico y de René Magritte en lo onírico, a los surrealistas; y antes que todo, a Freud, del cual es gran admirador. Con las referencias anteriores nos será más fácil entender la obra de este moderno alquimista.
En cuanto a su método de trabajo comenta que las ideas básicas las plasma y posteriormente las «archiva» en el subconsciente, ahí es donde las deja trabajar, porque para él, su trabajo es un 80% de la imaginación, producto de ese subconsciente y solo un 20% suyo; las ideas las desarrolla como un destilado interior que se vierte al exterior.
En cuanto al movimiento surrealista del cual sigue siendo miembro, acotó que hay 3 cosas importantes que le han enseñado: la primera es a no tenerle miedo a lo colectivo; lo segundo, que a la poesía también se accede mediante experimentación táctil; y tercera, a desarrollar la imaginación hasta límites desconocidos incluso para él mismo.
Su eterna obsesión es la comida, motivo que está presente en su obra y en varias ocasiones de manera negativa. ¿Por qué? Desde pequeño fue especial con ese tema, no comía, sus padres le daban vitaminas y llegó a estar tan débil que debían llevarlo en silla de ruedas. Su desarrollo fue tan precario que a los 6 años no querían admitirlo en la escuela; aborrece la cebolla cocida al grado de que en un platillo, la comida debe aparecer bien distribuida para evitar que algo de cebolla quede oculto; también considera que la manera en que comemos «de todo, todo el tiempo» es la misma en la que estamos devorando todo, la naturaleza y a nosotros mismos. Pese a estas declaraciones, por cierto, se aventuró a probar en nuestro país los escamoles y los chapulines.
El humor negro y lo grotesco es, a decir del artista, lo que caracteriza a esta civilización; eso sería inexplicable por ejemplo en términos de poesía en el s. XIX.
Otro aspecto fundamental es la música la cual, con su gran sentido del humor llamó «diarrea del intelecto», por lo cual no musicaliza sus películas, sino que pone sonidos creados especialmente para cada uno de los objetos que aparecen en pantalla; habló de su colaborador Ivo Špalj quien le ayudaba a crear esos sonidos secos e inquietantes que acentúan las imagenes.
Si tuviera que elegir un solo libro que se llevaría a una isla desierta, sin dudarlo éste sería «Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas», de Lewis Carroll, a quien no solo admira, sino al que considera precursor clave del surrealismo y cuya obra lo ha ayudado a crear. «Mis películas no son racionales, una vez finalizadas las vuelvo a ver y yo mismo me sorprendo y me pregunto: ¿cómo pude hacer esto, en qué estaba pensando? Es por ello que cualquier interpretación que el espectador le dé a mi trabajo es la correcta».
El mejor consejo que le da a la nueva generación de cineastas es no escuchar consejos y ser auténticos, libres para expresarse. Al director contemporáneo que más admira es a David Lynch, y considera «Twin Peaks» una obra clave que al checo le quita la respiración.
Con tanta información podremos disfrutar más de la retrospectiva de su trabajo que inició el pasado 3 de mayo en Cineteca Nacional, y que incluye 7 largometrajes y 12 cortometrajes. Además de la retrospectiva se puede disfrutar en el vestíbulo de la Sala 1 una exposición de entrada libre, compuesta por siete carteles originales, 24 stills y una reproducción de «el pequeño Otik».
Con imágenes cortesía de Cineteca Nacional.
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