¿Qué tan libre deber ser la expresión?
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¿Qué tan libre deber ser la expresión?

  • Por Aranzazú Martínez Galeana.

    Hace unos cuantos días, la espera llegó a su fin; las urnas se llenaron y una decisión fue tomada. El Partido Revolucionario Institucional regresó después de un descanso de doce años a Los Pinos y con él la imperiosa necesidad de replantear y criticar una vez más las principales instituciones políticas sobre las cuales descansa la democracia en México. El presupuesto dado a las campañas electorales, las casillas electorales, una segunda vuelta, la fiabilidad o no en las encuestas, entre otros temas, salieron a colación al hacer el balance final post-electoral así como también el tan aclamado y defendido derecho a la libertad de expresión. Con una contienda álgida y sumamente dividida, el país se pintó a lo largo y ancho de su territorio de distintos colores. El azul, el amarillo y el rojo colorearon el ánimo de los ciudadanos que en aras de defender sus ideales tiñeron de violencia e intolerancia distintas esferas tanto públicas como privadas en la contienda electoral.

    ¿Qué tan libre deber ser la expresión?

    ¿Qué tan libre deber ser la expresión?

    Redes sociales como facebook y twitter fueron la arena perfecta para un intercambio de ideas respetuoso y argumentado así como para fortalecer el ejercicio democrático a través de la participación y debate ciudadano; sin embargo, el desprestigio, la burla, la intolerancia, la nula empatía hacia diferentes ideologías y la negativa de compartir ideas en un clima cordial fue la regla más que la excepción. El descalificar al “contrario” se volvió el deporte nacional que muchos practicaron durante este proceso electoral donde el bombardeo de imágenes ocupó un lugar significativo así como la ironía y el humor negro; más allá de fotografías de procedencia cuestionable, el diálogo se convirtió en el gran ausente los últimos días. Los ánimos ya caldeados y expectantes parecían bombas de tiempo al interior de los recién proclamados analistas políticos, las palabras altisonantes llenaban los interminables comentarios y vientos de guerra soplaban. El tan proclamado derecho a expresarse libremente fue defendido una y otra vez mientras que el deber de respetar a otros por encima de las divergencias políticas y culturales fue minimizado. Voltaire y su máxima que reza defender el derecho del otro a expresarse incluso con la vida, hoy más que nunca fue vapuleado y hecho letra muerta.

    Todo era ya permisible y debía ser socialmente aceptado. ¿Cómo se podría alguien atrever a censurar a otro? ¿Cómo diezmar la libertad de expresión por más arbitraria u ofensiva que ésta fuera? ¿Cómo poner límites a la libertad misma? Estas preguntas fueron puestas a prueba innumerables veces y con ellas la definición de libertad y expresión. ¿Hasta dónde es válido expresarse? ¿Qué pasa cuando tu libertad interfiere con la de otros? ¿El respeto dónde queda? Más allá de hacer un examen obligatorio y exhaustivo a las reglas con las cuales se jugó esta partida, se tendría que hacer lo propio con la calidad de ciudadanos que esta elección dejó. No tiene sentido abogar por una justa transparente, respetuosa y a la vanguardia si los ciudadanos distan mucho de serlo. Es contradictorio pedir por cambios en las grandes estructuras que rigen al país si los cambios a nivel individual son efímeros o simplemente nulos. La democracia es construida desde adentro y no podrá ser lo suficientemente consolidada a menos que las personas sobre las cuales reposa también sean cuestionadas. La contradicción pura y compromiso vano y superficial serán los grandes ganadores de este proceso electoral, a menos de que todos los participantes, principalmente los ciudadanos, repensemos nuestra actitud. Si no, ahora sí le doleremos a México y no únicamente en el sentido dramático y pesimista que ha imperado en los últimos días.

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